sábado, 24 de diciembre de 2011

LOS CONVIDADOS


Los Convidados

















Rafael Chavez







Los Convidados











Titulo: Los convidados
Autor: Rafael Chavez
Diagramador: Amado Alexis Santana Chalas

Diseño general: Editorial SANTUARIO
Ave. Pedro Henríquez Ureña No. 134
La Esperilla, Santo Domingo, Rep. Dom.
E-mail: editorialsantuario@yahoo.com
Primera edición: septiembre 2009
Segunda edición: Septiembre de 2009
ISBN; 978-9945-460-29-2
Impresión: Editora Soto Castillo, S.A.

Impreso en República Dominicana.
Printed in Dominican Republic
Prologo a la 2da. Edición.


Quisiera comenzar recordando algo que hemos oído decir muchas veces: un relato policial puede ser "blanco", si el policía o el detective actúa como el representante del orden como valor establecido en el relato, o "negro", si el detective o el policía aparece confundido de alguna manera con la representación de los antivalores que atentan contra el mantenimiento de dicho orden. Según ese esquema maniqueo, Los convidados, de Rafael Augusto Chávez Gil, sólo podría ser una novela "gris", porque los buenos que aparecen representados en ella nunca son lo suficientemente buenos, y los malos que allí figuran presentan rasgos que los hacen parecer simpáticos al lector.
Blanca, negra o gris, la novela policial Los convidados se ajusta a la mayoría de las características tipológicas fijadas por modelos textuales anteriores. Podría incluso asociarse su escritura a una "tendencia" como la que instauró Raymond Chandler en la literatura norteamericana, desde el punto de vista de su propensión a presentar personajes estereotipados, casi simbólicos de una condición o de un estatuto social, como el militar, el político, el gángster, la esposa hermosa y adúltera, la secretaria pulposa y tonta, etc.
A Chávez no le interesa la minucia detallista de un Truman Capote, ni la lógica implacable de un Dashiel Hammet, para sólo citar a dos autores canónicos del relato policial. Lo suyo es el análisis de los roles sociales ejercidos por sus personajes, como condición indispensable para garantizar el funcionamiento del entramado ficticio del relato. Por esa razón, la descripción suele presentar en su texto un estatuto puramente gestual, como en el caso del siguiente fragmento en el que se presenta al personaje llamado Juan Francisco, el jefe de los "malos":
«Juan Francisco, mulato de aspecto sombrío y vacilante de hablar tosco y cortante, era el jefe del grupo. A un costado, en su cintura, notoriamente, tenía un bulto exagerado que todos veían pero nadie cuestionaba lo que era, pues era obvio para todos de qué se trataba.»
Pero es en el tratamiento del personaje del Licenciado, el cual permanece anónimo a lo largo del relato, donde la escasez de descripción adquiere un cariz sintomático. De hecho, en ningún lugar del texto encontraremos al autor comentando o describiendo la cúspide, la carencia total de escrúpulos, el machismo y la desfachatez libidinosa de este personaje. Todos estos y otros argumentos, sin embargo, nos aparecerán revelados de manera indirecta en multitud de pasajes de la novela como efectos de lectura por medio del rápido fraseo y de los diálogos que el autor emplea con gran pertinencia en la elaboración de su texto.
No obstante, es cuando se toman en cuenta los aspectos técnicos a partir de los cuales ha sido tramada la historia que se cuenta en Los convidados que se hace evidente el hecho de que esta novela es un texto escrito con la intención de que funcione en paralelo con ciertos aspectos de la realidad dominicana contemporánea.
El primero de estos aspectos técnicos es la significativa erosión de las marcas espaciales del texto por parte del autor. En efecto, si nos saltamos el breve introito que abre la narración, o sea, si comenzamos nuestra lectura en el primer capítulo, prácticamente no hay en todo el texto ninguna expresión que nos permita ubicar el desarrollo de la historia contada en un lugar preciso de nuestro país, como si, de alguna manera, el narrador quisiera convencernos de la virtualidad de lo mismo que nos narra. Lo único que los lectores sabemos a ciencia cierta es lo que se nos dice en el mencionado introito, es decir, que la historia se desarrolla en una ciudad:
«Como toda ciudad, mi ciudad es mi fortaleza, esa guarida donde se juntan las almas de los mortales y se conjuran las ideas de aquellos que apetecen el poder.»
Esta misma indefinición en que se mantiene el marco espacial en el que se desarrollan los acontecimientos narrados en la novela afecta por igual su marco cronológico: el lector no dispone de ningún indicio que le permita ubicar esos acontecimientos en una época o en un periodo histórico determinada. Lejos de afectar la comprensibilidad del texto, esta manera de narrar se aviene perfectamente con la naturaleza de los hechos que se cuentan e instaura el relato en un plano pragmático que se asoma al universo testimonial característico de la novela comprometida, sin caer nunca en él.
En efecto, uno de los principales méritos de Los convidados es que se trata de una novela que se lee amenamente de principio a fin. En mi opinión, esto se debe, entre otras cosas, al funcionamiento particular que presenta el tipo de narrador que Chávez construye para que cuente su historia, el cual aparece trabajado en una tercera persona omnisciente que emplea muy a menudo un registro verbal de tipo informal bastante parecido al que manifiestan los demás personajes del texto. Sin lugar a dudas, esto último constituye a la vez un rasgo particular del estilo de Chávez en Los convidados y una apuesta sociocultural que nos permite intuir el tipo de público al que la novela va dirigida.
Otro aspecto importante es el que se relaciona con la naturaleza sicológicamente disociada que presenta la mayoría de los personajes de la novela. Se trata, en efecto, de caracteres afectados por distintos grados de esquizofrenia: tanto el Licenciado, político corrupto y adúltero, quien paralelamente mantiene una activa campaña política de corte paternalista distribuyendo fundas de comida y canastillas para las recién paridas, como doña Sol, su esposa, quien vive su unión con él como un martirio, lo cual la hace caer en la vorágine del adulterio, o como el comandante Cuasimodo, militar recio y despiadado en su trato con subalternos y con los prisioneros a los que "interroga" en su oficina, pero que insiste en mantener una vida licenciosa incompatible con el rango que ostenta.
Es precisamente esta dualidad psicológica de los personajes de Los convidados lo que le permite a Chávez elaborar una radiografía de la corrupción que impera en la comunidad anónima en donde se desarrolla la acción relato sin necesidad de asumir una perspectiva moralista o moralizante, sino, precisamente, limitándose a contar lo que sucede a la manera de un cronista moderno.
Después de lo anterior, sólo me resta decir que son muchos son los pasajes de Los Convidados que parecen sacados directamente de la realidad contemporánea de cualquier ciudad de nuestro país, razón por la cual estoy seguro de que los lectores contemporáneos disfrutarán de la lectura de esta novela tanto o más de lo que yo la he disfrutado.
Muchas gracias.
Manuel García Cartagena
Octubre 12, 2009



Índice

Capitulo I. LA GRAN RUNION…………………..11
Capitulo II. UN DIA LIBRE……………………….19
Capitulo III. LA LLAMADA DUDOSA……………27
Capitulo IV. DINERO………………………………35
Capitulo V. CONDOLENCIAS……………………..41
Capitulo VI. LINEAS CRUZADAS…………………55
Capitulo VII. ENTRE AMIGAS……………………..65
Capitulo VIII. ENTIERROS Y SOSPECHAS……….79
Capitulo IX. EL MUERTO…………………………..95
Capitulo X. GARABATOS DE LA VIDA…………109
Capitulo XI. UNA BALA MÁS……………………….129
Capitulo XII…………………………………………..149







Como toda ciudad, mi ciudad es mi fortaleza, esa guarida donde se juntan las almas de los mortales; y conjuramos las ideas de aquellos que apetecen el poder.
El bullicio de las gentes y el sonido molestoso de los motores, el muffler de los vehículos dan a la sinfonía de la vida en mi ciudad un sabor especial y cadencioso.
En cada calle, con sus colores desgastados y vencidos por el tiempo, vemos una pintura digna del mejor paisajista. En la esquina, ya entrada la mañana el grupo de individuos sin oficio alguno; pero con algo para gastar, empezaban la primera partida diaria de dominó.
El pregón, uno de esos pocos dinosaurios de nuestra cultura, sobreviviente del destino de las grandes ofertas de los supermercados, llama con voz aflautada para ofrecer la naranja y el aguacate más rico del mundo; triste visión del que jamás entiende cuando ve sus días contados.
En una de las esquinas desemboca el cañero, un moreno de raza haitiana que empuja una carretilla repleta de pedazos
De caña jugosa. Sabe de lo amargo de su vida en contraste con la paradoja de vender y ofertar el producto más dulce.
En cada lugar, como en cada ciudad, siempre se tejen historias; unas dulces y otras amargas; todas en relación con la vida y el quehacer de sus moradores. Aquí vemos como desde la parturienta hasta el anciano tienen su propia historia, que si la contáramos seria una narración sumamente interesante. Veamos una de esas y cuidémonos de no ser también, protagonistas de las misas en las próximas páginas.
Caminemos entre este arcoiris de colores que se forma al mezclar el negro y el blanco, el blanco y el negro, el negro y……………
Cada uno transitaba por diferentes vías pero sus destinos finales eran el mismo. Todos habían recibido la llamada de su director de operaciones en el barrio. `




Capítulo I
La gran reunión





Un calor sofocante, que saca de sus cabales hasta a los más bravos, ofusca con su presencia persistentemente. En el cuarto aquel, con un ventilador de techo desvencijado por el tiempo, lo que más se apreciaba era una media luz y el olor a sudor de hombres atormentados, miradas hurañas, ojos enrojecidos por la adrenalina y el humo del tabaco.
Todos ellos eran cómplices de los hechos que se rumoraban en el pueblo; donde todavía no señalaban la culpabilidad de nadie en la ocurrencia de los mismos. De todos modos, estaban juntos para determinar qué hacer con su suerte y los hechos. Juan Francisco, moreno de aspecto sombrío y vacilante, de hablar tosco y cortante, era el jefe del grupo. A un costado de la cintura, notoriamente evidente, tenía un bulto exagerado que todos veían pero nadie cuestionaba lo que era, pues era obvio para todos de qué se trataba.
Pedro José, rollizo y risueño era el más joven del grupo, se involucró en el lío por puro gusto, no tenía nada que perder; hacía varios años que había dejado su futuro empeñado en unas mesas de juegos y el alcohol.
El Pepe, a éste todo le daba igual, la mitad de sus cincuenta años los había pasado viajando entre cuarteles y juzgados por diversas razones, pero siempre se las arreglaba para salir después de realizar un trabajito para el jefe policial de turno.
El último de estos individuos era El Memo, nadie pudo adivinar cómo se llamaba realmente, ya que cuando caía en las redes de los grises (policías) facilitaba el primer nombre que le viniera a la mente, y para esa época a nadie le interesaba ya, qué nombre estaba detrás de su apodo.
En la placidez de la tarde repiqueteaba la bulla habitual del barrio de poca monta donde se desarrollaba la reunión, la cual comenzó con cuatro coños del Memo. La cosa estaba fea y a él no le gustaban esas pendejada, (así llamaba él a sus asuntos de oficina) la cual estaba ubicada en un callejón limítrofe.
Juan Francisco le invitaba a calmarse porque la cosa no estaba para arrebatos. El trabajo estaba hecho y había que aguantarse.
El Pepe se movió inquieto en la silla de plástico y dijo entre dientes, que él ya estaba cansado de esperar por su paga, y debido a su experiencia de ex presidiario, algo le olía mal, todo le inducía a pensar que eso parecía un trompo.
Pedro José sólo observaba a sus secuaces de correrías y dijo:
__ Coño, se ve que ustedes nunca se han visto frente a una mesa de dados como lo he hecho yo, perdiéndolo todo y con un pendejo tirando los dados, ustedes parecen unos maricas pendejos __ les increpa con autoridad.
Los tres pares de ojos se le clavaron queriéndole arrancar la piel con la mirada. Él sólo se encogió de hombros, y murmuró en voz baja.
__ Allá ustedes __ masculló con cierto tono de desprecio
Afuera seguía el calor agobiante y abrasador, se escuchaban los gritos de un muchacho barrigón; por una bobada de esas que parecen un tesoro para un chaval de casa de latón. Nada más que por unas ruedas de javillas.
Se fue la luz para martirio de los cuatro, ahora había que abrir la puerta, y a ellos no les interesaba que nadie les viera juntos.
Juan Francisco dio por terminada la reunión con la promesa de que en las próximas horas les daría su parte del dinero. Todos asintieron con la cabeza, y uno a uno, con el mayor sigilo posible, fueron saliendo de aquel infierno de cuatro paredes mal construidas. Cuando cada uno se vio fuera del mismo, maldijo hacia dentro su desgracia, ya que los planes se desplomaban y no podían realizar las respectivas juergas que habían planificado.
Juan Francisco se dirigió raudo a la oficina de su jefe inmediato, previa y defensivamente de tomar todas las precauciones de lugar. Llegó rápidamente, y se dijo interiormente:
__ De todas maneras hay que hacerlo.
Se alisó el pelo, ya que le tenía echado el ojo a la secretaria asistente y, algo más, del hombre para quien realizaba trabajos por encargo. María Celeste, que así se llamaba la muchacha, era una morena de ojos saltones, y no muy cicatera a la hora de guardar recato.
Al entrar, se aclaró la garganta para que la joven advirtiera su presencia, y le dedicó una de sus más espantosas sonrisas, la cual: él creía que era la mejor del mundo.
__María Celeste, ¿cómo estás? __ inquirió Juan con una sonrisa.
__ Bien, Juan Francisco __ le contesta María mientras preguntaba: ¿En qué le podemos ayudar?
__ Usted, en todo pero, vengo para ver si puedo ver al jefe,
__ ¿Se encuentra en su despecho?
__ Bueno, creo que tiene que esperar, tiene visitas __ le respondió María, fijando su mirada en el rostro de Juan.
__ No importa, mi reina, viéndola a usted el tiempo vuela. __ le adula mientras se acomoda en uno de los sillones de la sala de espera.
Y musitándole a María Celeste unos cuantos piropos más, se sentó a esperar.
La realidad de la vida era otra, el líder en ese momento tenía una cita con una damisela y no pensaba regresar en todo el resto de la tarde.
En otra parte de la ciudad, tenía lugar una conversación entre uno de los jefes de los Organismos de Seguridad, y uno de sus ayudantes. A diferencia de la reunión del grupo de matones de Juan Francisco, este intercambio de ideas se realizaba en un ambiente muy acogedor y confortable donde funcionaba un buen aire acondicionado, regalo de su nuevo amigo dueño de la Comercial, que había conocido en el Club de los connotados.
__ ¡Comandante! __ reclamó el subalterno.
__ Pienso que hay que dar unas vueltas por esos lugares donde no hemos patrullado, usted sabe, me refiero a las casuchas de los callejones __ le aclara.
__ Creo que, como solamente nos centramos en los puestos conocidos, el negocio puede extenderse y eso no es bueno en las actuales circunstancias.
__ ¿Qué me dice jefe? __ le pregunta el subalterno un poco confundido.
El Comandante, hombre de pocas palabras, ya que la disciplina le había enseñado que era mejor meditar antes de emitir un juicio, miró a su infeliz subordinado y le respondió sin mirar a su interlocutor.
__ Más adelante te contesto, déjame pensar ese asunto.
Cuasimodo, nombre raro pero así se llamaba el Comandante, se pasó la mano por el rostro y pensó
__ Qué pendejada la de este cabrón, no puede aprisionar los de cerca, y ya piensa acabar con los de lejos; pendejo--- se dijo a sí mismo.
Mientras en la oficina del Licenciado, Juan Francisco, un tanto harto de esperar y sin visos de la presencia del jefe, le pregunta a María Celeste:
__ ¿Viene el patrón? __ interpela cansado de esperar.
Ella responde sin mirarlo:
__ El jefe no viene hasta mañana, pero el negocio que hay entre ustedes dos es para el próximo sábado a las 10:00 a. m.
El hombre pensó tantas temeridades en la fracción de un segundo que se levantó del asiento donde había leído todos los periódicos del mes, y le dedicó otra sonrisa taciturna a la chica, saliendo presuroso hacia la calle que ya daba señales del cansancio de un día agotador.
En medio de un torbellino de pensamientos encontrados que danzaban en su mente, y maldiciendo en su interior, llegó al barrio, juntó a su pandilla y planearon un trabajito fuera del negocio grande. Había que buscar dinero, y ellos no tenían. Las diabluras estaban a la orden del día.
El Pepe introdujo la mano en uno de sus bolsillos y espectó:
__ Aquí sólo tengo grillos __ maldijo, mientras le caían unas gotas de sudor por la espalda y olía a rayos. Él no era muy partidario de jugar a las caricias con el agua.
Pedro José, propuso:
__ Vamos a hacer un atraco a una banca __ con voz bisbiseante.
Más, luego lo piensa, y rectifica __ pero eso tiene sus riesgos y hay que proyectarlo mejor; queda apartada esa idea por ahora.
Como Juan Francisco tenía entre ceja y ceja la imagen de María Celeste, y sólo de pensarla se le salía la baba, recordó que un tío de ella tenía un colmadón al que se le podía dar una buena jugada.
Entre malhechores, cuando preparan una movida, inmediatamente sus mentes cuadradas, dan por sentado que todo les saldrá perfecto y ataron todos los cabos sueltos del plan que esa noche ejecutarían.







Capitulo II
Un día libre





Cuasimodo salio de su despacho, pasó por una de las oficinas donde el personal de servicio esperaba las órdenes de la jornada para ejecutar.
Preguntó militarmente por uno de sus sargentos.
Le respondió el oficial de turno:
__ Mi comandante, el sargento Pérez Cuevas ha tomado el día libre para diligencias personales __ le contesto haciendo el saludo de rigor.
__ ¿Personales? __ dijo voz en cuello __ y desde cuando, coño, un guardia tiene diligencias personales, ¿dígame usted?
Cuasimodo, hombre acostumbrado a tener todo a la mano soltó unos cuantos exabruptos y dando media vuelta marcialmente, salió del ala del recinto sumergido en sus ideas, y sus corazonadas que siempre le daban resultado.
El alto oficial regresó a su despacho, y tomo el auricular del viejo teléfono e impartió unas órdenes precisas al oficial del día; colgó el aparato, y tomando un habano dio unas cuantas chupadas ensimismado en sus ideas las cuales tenían que rendir frutos lo antes posible.
Sentado en el rincón más oscuro del tugurio, apodado, “El Mejor Momento”, departía con una de las mejores del lugar el sargento Pérez Cuevas. La famosa diligencia personal que tenía entre manos, el condenado, era darse unas cervezas frías con su meretriz preferida.
__ ¿Sabes algo? __ susurra ella, entre caricias y miradas que invitaban a que la tomaran como yegua en celo. __ Tú trabajas mucho, y en ese condenado oficio tuyo no pagan nada, todo es puro cuento __ le comenta con una cara muy seria
__ ¿Tú que sabes de eso? __ lo tuyo es coger lo que te den, no importa por donde. No hables de esa pendejada __la regaña malhumorado.
__ Pero bueno, ¿Y que mosca te picó? __ lo que te estoy diciendo es la verdad
__ ¿Con qué fuerza se casa un guardia como tú? __ le pregunta con decisión. __ ¿Con lo que tú ganas? ¡No seas pendejo! __agrega.
Como rayo en noche oscura partió la bofetada que dejó a la muchacha sin aliento y con un lado de cara cambiando de color. Bruscamente la tomó por un brazo, ella forcejeaba por no ir.
__ Suéltame por Dios, bruto, me vas a matar
Él la empujó en uno de los cuartos posteriores del tugurio de mala muerte.
Se desencadenó una lucha entre la pasión del macho cabrio y la pequeña fiera. Al final de la cruenta lucha, y después de recibir una paliza de pescozones, se desnudó y consumieron las últimas gotas de energía que les quedaban en ese instante.
Los guardias entraron al tugurio. Preguntaron a todos si sabían algo del Sargento Pérez Cuevas. Nadie lo había visto, fue la repuesta unánime.
Maldiciendo hasta lo más profundo de su ser, el sargento que comandaba la patrulla se marchaba del lugar. Cuando del fondo del patio se oyó un grito desgarrador que llenó todo el lugar con un escalofrío espeluznante.
Todos corrieron y presenciaron la escena de lo ocurrido en el cuartito de aquel lugar de mala muerte.
Al llegar, todos vieron horrorizado la tragedia que se había producido.
Los más cautos dieron la vuelta y afanosamente trataban de buscar, en algún rincón, una cubeta de agua para limpiar la materia esparcida por todas las paredes. Alguien de los curiosos comentó de forma jocosa:
__ Y quien le dijo a este idiota que ¨Jarto¨ se hace el amor.
A eso de las diez de la noche los cuatros rufianes bien acicalados se presentaron al colmadón del tío de María Celeste.
__ Oye Rubio, tráete una cerveza bien fría, espera, mejor que sean dos que con este calor del demonio una no dura nada __ rectifica.
El mozo, de rubio no tenia nada. Era más negro que la noche, pero así es la vida. El pobre muchacho tenía que trabajar entre todos esos piropos y la ironía de otros.
El ambiente era de lo más exquisito. Si tomamos en cuenta el lugar, nuestros amigos en menos de una hora habían consumido más de cien pesos y en sus bolsillos no tenían ni chinchas.
Juan Francisco, miraba su reloj de plástico, desesperado tratando de ver si los parroquianos se iban; pero eso no pasaba y para él, las agujas no avanzaban. Parecía que las horas se habían suspendido en el tiempo; Todo estaba detenido, entre las angustias de la espera y lo fraguado con sus muchachos.
Al despertar el día, los curiosos se arremolinaban frente a la puerta del colmadón. Sólo se escuchaban los murmullos de los parroquianos sobre la escena de lo que contemplaban.
Uno de ellos aseveró:
__ Parece que aquí paso algo, y muy feo.
__ Sí, dijo otro __ mirando al primero.
__ A este paso, van a dañar el barrio llenándolo de agentes.
__ Seguro, respondió el primero __ lo van a fastidiar.
Llegaron los organismos de seguridad, la policía y por supuesto la prensa, que ante tal suceso esperaban relatar una gran historia.
__ Señor Fiscal, mire como lo amarraron __ dijo un agente policial.
Los cuerpos estaban amarrados, adheridos por la espalda. En la boca, tenían mordazas hechas de material plástico, y rodeando la cabeza les pusieron fundas plásticas negras para que murieran lentamente. La escena era terrible. Los gritos de los parientes no se hicieron esperar, y se armó tal reperpero que los más cercanos fueron cayendo con síncopes nerviosos, teniendo que ser trasladados en la ambulancia que llegó para trasladar a los cadáveres, hasta la emergencia del hospital más cercano, mientras los interfectos esperaban su turno. Después de todo, ellos ya no tenían prisa.
En el barrio se comentaba de todo, pero no vieron por más de tres días a la pandilla de Juan Francisco, aunque había ocurrido un hecho importante, nadie sospechó de ellos; ya que se habían mudado de escenario, y sus fechorías tenían otro ribete. Eran matones graduados.
María Celeste, con su manera de ser daba pie a muchas conjeturas. En sus días de bachiller, por unos quinientos pesos resolvía los problemas carnales a muchos de sus compañeros. De ahí la fama que tenía.
Lo mejor que le pudo pasar, fue haber conseguido ese empleo con el Licenciado. No sin antes haber demostrado sus dotes de experta en el arte de amar.
Para ese tiempo el Licenciado estaba metido a político ya que según él, hay que estar en todo, menos contándole los pecados al cura.
__ ¡Porque eso sí que era pecado! __ siempre decía él.
Además, su partido terciaba en las elecciones nacionales y su candidato aunque sabía que no ganaría, le entraban unos molongos por esa acción. Y a nuestro Licenciado le tocaba algo del pastel como ellos decían.
El sábado bien temprano estaba Juan Francisco entrando en la oficina del Licenciado, vio vestida de negro a María Celeste, se le acercó y le dijo:
__ Me acabo de enterar lo que pasó con su pariente, cuánto lo siento---le dice con la tristeza en su semblante.
Ella le contesta:
__ Gracias, espero que pronto atrapen a los desgraciados que hicieron eso.
__ Sí, dijo él __ espero que le echen pronto el guante. Pero íntimamente pensaba, sí como de aquí a mil años.
__ Preciosura ¿Está el jefe? __ entonces le pregunta.
__ Sí está, le avisaré de su presencia __ agrega.
__ Hágame un favor, María Celeste, tráteme con menos formalismo, tutéeme que es mejor. Así ganamos todos y quizás usted por partida doble.
__ Excúsame, Juan Francisco, ¿Así es que quieres que te llame? Ya sabes por lo que hemos pasado, y no es fácil la situación.
__ No tengo problema, mi reina, mira a ver si el jefe está disponible.
__ ¿Verdad que entiendes? __ casi le grita.
Y en la expresión dejó marcada un halo de amenaza a la joven.










Capítulo III
La llamada dudosa




El despacho del jefe era sobrio, no faltaba ese detalle que no hiciera del mismo un lugar acogedor, elegante. Era uno de esas estancias cuidadas que cuando entras no deseas salir. Una habitación cargada de energía, esa que te envuelve en una sensación sobrenatural y te hace sentir importante. Precisamente, esa era una de las cosas que más le gustaba a Juan Francisco, dársela de importante, contándole a sus secuaces y amigos las veladas interesantes que pasaba en el despacho del Licenciado.
Al ser informado de la presencia del talante, arqueó las cejas y dando un hondo suspiro, levantó la vista y se fijó en ese detalle que no había notado al entrar, su secretaria, no tuvo más remedio que decirle a la mujer:
__ Con ese vestido negro se le resalta la figura, estás más guapa __ y cruzaron negros pensamientos por su mente.
La joven salió, y dirigiéndose a Juan Francisco, le dijo:
__ Puedes pasar __ le invita.
Juan Francisco entro, cerró la puerta, y con pasos firme se dirigió a la silla frente al escritorio; tuvo que esperar un poco. En ese momento el jefe estaba ahí, pero no se encontraba ahí.
Salió del cuarto contiguo al despacho secándose las manos y arreglándose la camisa; le gustaba aparentar que tenía gallardía, pero a la gente de rara estirpe, como decía mi abuelo; aunque lo vistan de seda mona se queda.
__ Hola, hombre ¿cómo estás? __ saluda con elegancia, Dígame, ¿y usted por aquí? __ de inmediato pregunta.
__ Saludo, jefe __ respondió de forma zalamera. __Ya usted ve, dándome mi vueltecita por aquí. Usted sabe, estamos en estos puntos por lo del negocio que usted encargó, y que nosotros ya cumplimos. __ Eso ya está hecho -disparó en ráfaga Juan Francisco.
__ Bueno, entonces esperemos los resultados muchachos __ ladró el Licenciado. Sólo esperar, así es la vida.
__ Si usted lo dice, Licenciado. Pero yo creo que ese gallo, ya no canta más en ese gallinero, jefe.
__ No te apresures, no te apresures __ rispota el jefe. Como sacando de sus mañas un viejo recuerdo de sus tropelías de cuando era un don nadie que de bicicleta paso a un Cadillac.
__ Entonces, ¿Qué hago con los muchachos?, ellos desean algo de moneda y yo les prometí llevarle alguna pasta para hoy. __ Mire que se la jugaron bien por usted.--- añadió.
__ Sí, sí, ya lo sé __ afirma con un movimiento de su cabeza.
__ Toma esto, cálmalos y dile que hay que tener paciencia. Ven a verme dentro de quince días y no te acerques por aquí durante ese tiempo. Tú sabes muy bien que no deben vernos juntos por muchos meses, y en horas de oficina tienes que venir por la tardecita cuando ya estemos casi cerrando el centro. ¿Estamos de acuerdo? lanza la pregunta al aire
__ Como usted ordene, jefe __ contestan al unísono.
Sabiendo que al jefe no le gustaban los apretones de mano salió del despacho y cruzó frente a María Celeste, le dedicó un beso con la punta de los dedos y salió apresurado en busca de sus asociados.
Era sábado, el mediodía se acercaba prontamente como jinete galopando, y en la oficina todos arreglaban sus escritorios para terminar la labor del día.
María Celeste hacía lo mismo después de consultar varios papeles que tenía sobre la mesa de trabajo. Suena el intercom.
__ ¿Puedes venir por un segundo?
__ Sí, señor __ respondió la joven.
No tenía idea para qué la llamaban al despacho, sábado casi a la hora de salida. Con el paso del tiempo había olvidado las imagines de los sucesos de aquella entrevista de trabajo, que meses atrás ella había sostenido con el Licenciado, y que le dejó como beneficio el trabajo que ahora ella ostentaba. Todo eso fue sustituido por la muerte de su pariente a manos de unos desalmados.
Dos toques en la puerta con los nudillos.
__ Entre, sonó la voz del jefe.
__ Mire: se quedó observándola fijamente y dijo a seguidas:
__ Yo sé por lo que su familia ha pasado en estos últimos días. Pero usted sabe que la vida tiene que continuar.
__ ¿No es así? __ le pregunta esperando la afirmación de ella.
__ Bueno __ dijo ella, medio asustada o sorprendida por la perorata.
__ Sí, creo que la vida tiene que continuar __ respondió.
Él dijo un segundo después.
__ Mire, déjame ayudar a tu familia con algo, que aunque tenían su negocito quedan cosas pendientes, y yo sé como es eso. Así que permítame entrar en su mundo familiar de esta forma.
Extendió la mano con un gran fajo de billetes nuevos que dejo perpleja a la muchacha, diciendo: Déle esto a su tía.
__ Pues, que no se hable más de eso, y usted y yo salimos ahora a comer algo por ahí.
__ ¡Para que disipes el golpe sufrido, mujer! __ le dice a continuación.
__ Bueno, lo que sucede, señor, es….es que, precisamente, hoy al mediodía la familia tiene una importante reunión, y yo soy de las más interesadas en ese asunto. __ Pero dejemos abierta la oferta de la comida para otra ocasión, y con gusto lo acompaño __ respondió ella. Muchas gracias por la oferta. Se lo agradezco de verdad, Señor.
__ ¡Ah, cónchole! __ exclamó el jefe. Yo sólo quería brindarle un poco de distracción, pero si no puede será como usted diga, no se preocupe.
María Celeste salió apresuradamente de aquel lugar sospechando cuáles eran las intenciones del jefe, pero no podía darse el lujo de faltar a un compromiso con la familia donde ya ella había asegurado su asistencia.
En una reunión privada donde los comensales tenían un diálogo de lo más animado, se desarrollaba parte de la historia política de aquel lugar, donde se tomaban decisiones importantes sin interesar a quienes afectaban las mismas.
__ Lo único malo de la democracia, es que existen los partidos y nadie les puede pasar factura de sus fechorías. Pero fuera de eso:
¡Que viva la democracia!
En esos términos se expresaba el Licenciado y el Supervisor nacional de su partido, mientras dialogaban en su despacho.
__ Bueno, Licenciado, ahora tendrá que repartir el hueso en el partido.
__ ¡Yo! ¿Tengo que darle a esos vagos, parte de lo que tanto me costó trabajar? ¡No, señor!, El pueblo me eligió y somos respetuosos del deseo del pueblo.
__ Que pueblo ni que pueblo. Usted está en el lugar que ocupa porque el partido lo impuso en el mismo. Déjese de pendejadas Licenciado __ le he dicho.
__ ¿Y qué hice mal?, Mi querido compañero. He sido fiel al partido en todo, hasta la ignominia.
__ ¡Ah! ¡Qué bruto es usted, Licenciado, cuando no desea ver las cosas! Mire a ver si coge un poco de dialéctica como decían los camaradas en sus buenos tiempos. Para usted llegar al puesto que ostenta y a los lujos que se da con oficina y todo, además de las secretarias que tiene, tuvimos que amarrar con gente que no son muy santas que digamos. Comprar lo que hubo que comprar; y callar lo que hubo que callar. ¿Entendió bien, Licenciado? __ le dice con una mirada autoritaria.
__ ¡Pero siempre he pensado que mi elección fue fruto de mi popularidad en el partido, y el trabajo de todos estos años!
__ ¡Déjese de pendejadas! Bien sabe que si no hubiésemos contado a su favor los votos de sus contrincantes más cercanos, usted no gana ni en su casa __ casi gruñe al hablar. __ ¡No se haga el pendejo, le repito! __ espero que ahora me entiendas bien.
__ Bueno, pero dejémonos de queja y dígame; ya cogí la seña. --¿Qué es lo que quiere el partido?, ya tengo un grupo de mis mejores muchachos haciéndome unos trabajitos por ahí, y pronto tendremos resultados provechosos. Soy un hombre que siempre me he sacrificado por los míos.
__ ¡Bien, Licenciado! Esperamos que no fracasen como hace cuatro años. Ya que la desilusión fue muy grande para la alta dirigencia del partido en la capital. Usted nos prometió que con sus jugadas aquí barreríamos, y no fue así.
__No se preocupe, ustedes los activistas nacionales siempre piensan que aquí no sabemos hacer las cosas. Ya usted verá como yo dirijo a este partido aquí __ exclama.__ Recuerde, mi amigo, que yo en mi ruedo nunca pierdo, y se lo he demostrado con creces __ le resalta.
__ Recuerde, Licenciado, no sólo es dirigir con destreza, sino con elegancia. Y a usted le hace falta algo de eso — ahora le gruñe.
__ Bueno, ya veremos a donde llegamos compañero.
__ Sí, Licenciado, ya veremos.
Y hablando de esta y otras cosas, transcurrió la reunión del Licenciado con sus colegas de la capital. Bueno, lo interesante fue que el Licenciado se desprendió de unas buenas botellas de vino que tenia guardada para ciertas ocasiones especiales.
En otro lado de la ciudad, y en medio de lamentaciones, el sargento Pérez Cuevas se aferraba a los barrotes de la celda para alistados de la cárcel de la comandancia.
Todo es ironía, una lechuza de guardia le salió mal al sicario del comandante Cuasimodo, quien, lleno de rabia lo mandó a trancar por quince días, y sin colchón para que aprenda a hacer las cosas bien.
En la celda había cuatro soldados más, junto a Pérez Cuevas. Todos dignos hijos del maligno, pero eran gloriosos hijos de la patria, según las ideas de Cuasimodo.
Se pasaban los días jugando casino en el piso, ¡no había de otra en ese lugar!
Un teniente mal encarado llegó con un sargento. Le dio la orden de abrir la puerta, los sacó corriendo, en formación, a los cincos soldados.
__ Si no lo saben, aunque estén presos __ ¡Son soldados, pendejos! __ vocea. Tienen que cumplir con el reglamento, y a ustedes, infelices de la vida, lo que le espera no es nada fácil con el jefe.
Los cinco vieron los viejos Máuser formados en cuartel; se les heló la sangre. Sabían que harían la rutina completa de entrenamiento, y si salían con vida serían afortunados. Por supuesto, salir con vida significa, en la jerga militar, salir explotados físicamente; y estos cinco ya estaban bien entrenados para ese suplicio.



Capitulo IV
Dinero

Juan Francisco reunió a su gente, y después de guardarse lo suyo en el bolsillo, le extendió el fajo de billetes amarillos a su grupo, con voz casi saliéndosele el corazón dijo:
__ Esto es lo único que le pude sacar hoy al Licenciado __ mientras le enseñaba el fajo de billetes. Me dijo que regresará en los próximos días, que había más trabajo y más plata para nosotros.
__ ¡Coño! __ maldice el Pepe __ pero ¿Cuánta plata te dio para nosotros?
__ ¿Para nosotros? __ pregunta Juan Francisco y replica el Pepe.
__ !Para todos, carajo!
Sus secuaces le miraron, y sin proponérselo, la misma idea pasó por sus cerebros; cosa muy rara en sus mentes podridas y en sus vidas carcomidas por la desgracia y los infortunios.
Juan Francisco, al ver la expresión que se dibujaba en sus rostros, les dijo rápidamente.
__ Miren, sé lo que piensan. Pero yo me respeto y no acepto ni malos pensamientos ni tratadas como esa que están pensando. Esto fue lo que me dio y esto traje. No ven que todavía esos fajos tienen el sello del banco, ¡Cojollo!
Como estos tarados no distinguían de qué tamaño era una manija de dinero, lo creyeron, y el Memo como Pedro José dijeron al unísono:
__ Vamos a dividir que tengo cosas que hacer con una amiga Juan Francisco se relamía por dentro, su plan había tenido éxito.
Todos salieron con cinco mil pesos en los bolsillos. Que, al juzgar por su estilo de vida, durarían esa tarde y la noche.
Al desperdigarse los comensales de tan raro banquete, el Pepe le dijo a Juan Francisco:
__ Espero que, para la próxima, la visita al Licenciado sea con más de una persona. ¡Que no se te olvide! No pienses que soy pendejo. Yo sé como el banco da el dinero __ afirma.
Un sudor frío corrió por la espalda de Juan Francisco. El Pepe no era estúpido; él lo sabía. Cada uno ensimismado en sus ideas, y lo que harían desde ese momento mientras le duraran los cinco mil pesos; comenzaron a vivir su vida mundana yéndose cada uno por su lado.
Sólo Juan Francisco se quedó en el cuartucho de mala muerte, dándole vueltas a las palabras del Pepe. Pero como él tenía también sus planes, se fue del lugar a ver como lo ponía en ejecución.
Mientras tanto, en el recinto militar ya era hora de repartir el “chao”, los cinco infelices ya estaban agotados. No era sudor lo que salía de sus poros, era pura sal. Encima de eso, uno de los pendejos se puso a vomitar producto del ejercicio a que estaban sometidos.
__ ¡Es disciplina!, ¡es disciplina! __ decía el Sargento que conducía el castigo; si yo no me canso, ustedes tampoco marranos.
El sol en el firmamento picaba como si lo atizaran a cada segundo para que calentara más en aquel lugar. Pero algo inusual pasaba con Pérez Cuevas, mientras más vueltas daban en su infierno, más reconfortante se sentía.
No era que le gustaba esa porquería que Cuasimodo le había recetado, no, que va. Era que él sabía que los que se rajaban en el castigo al otro día, Cuasimodo le recetaría lo mismo; y el no estaba para aguantar dos días en eso.
¡Qué va! Ese día, él salía del infierno en que se había metido por una prostituta.
Se escuchó una orden: ¡Atención!
Todos los reunidos en el área de retén se pusieron en atención, era Cuasimodo que personalmente había venido a ver el castigo a sus subordinados.
Después de un rato de ver lo que hacían, llamó al Sargento que conducía al pelotón.
Llegó vertiginosamente, sudoroso; pero feliz por cumplir la orden de su superior.
__Métalos al cepo, dijo quedamente; que se bañen y que sepan que la milicia es la milicia, no un cuento de hadas ni un lugar para vacaciones, me entendió bien y claro sargento.
__ ¡Sí, señor! __ respondió con voz en cuello.
__Tráigame a Pérez Cuevas. Hágalo rápido, que no tengo todo el día.
Dando media vuelta, el Sargento dio unos pasos y gritó las órdenes dada e inmediatamente, como por arte de magia, todos recobraron las fuerzas desaparecidas por el castigo impuesto.
__ ¡Sargento Pérez Cuevas! __ Reportándose señor, _se escuchó la voz del sudoroso soldado frente a su superior, cuadrándose marcialmente.
__ Oye bien lo que te voy a decir, pedazo de animal--- le mira con su poder omnipotente. La próxima vez que te escapes sin mi conocimiento y/o consentimiento, te voy a fusilar yo mismo. ¡Lo escuchaste bien, imbécil!
__ ¡Sí, mi comandante, lo escuché muy bien! __ respondió con temor.
__ ¡Teniente!
__ A la orden mi comandante.
__ Suelte a este pendejo __ ordena el comandante.
__Sí señor, ¿pero que hago con los otros soldados mi Comandante?
__ ¿Y quien le habló de los otros, teniente? __ le pregunta con fuerza.
__ ¡Nadie señor!, pero rápidamente el Teniente pensó y dijo:
__ Respetuosamente, pido excusa, señor.
__ Déjese de pendejada teniente __ cumpla la orden y cállese __ de nuevo le ordenó el comandante.
__ ¡Sí, señor! __ Exclamación que se escuchó en todo el recinto.
El Teniente se decía: “coño está bueno que me pase por meterme donde nadie me llamó”.
Y después de aquel susto, se fue a cumplir como manso corderito las ordenes de Cuasimodo.
En otro lugar de la ciudad, los pensamientos de Juan Francisco volaron a María Celeste, y con ellos entre ceja y ceja se dirigió a su casa o por lo menos a donde él creía que ella vivía.





Capitulo V
Condolencias

La pasola, todavía con el plástico de la agencia, su conductor se detuvo en la esquina, y como gallo de buena espuela le dijo al marchante de la Bodeguita.
__ Déme media caja de cigarrillo Lucky Light.
El dependiente le miró fijamente, y hurgando en sus pensamientos atendió el pedido, se quedó dándole vuelta a sus ideas, pero no dijo nada.
Pagó, y mientras esperaba por el cambio, preguntó.
__ ¿Mire, estoy perdido y no ubico bien la dirección de una compañera de trabajo, me puedes ayudar?
__ ¿Y a quién busca, amigo? __ pregunto el dependiente.
__ Busco a una trigueña que trabaja conmigo en la oficina del Licenciado, __ se llama María Celeste.
__ ¿Qué trabaja con usted? __ preguntó el pulpero.
__ Sí, viejo, se llama María Celeste. A ella le mataron un pariente en un atraco o robo __ dijo Juan Francisco.
__ Pero si hubiese comenzado por ahí, ya le hubiera resuelto el problema __ dice el pulpero con una sonrisa.
__ ¿Sabes dónde es? __ le contesta con una pregunta.
__ Claro, ¡quién no conoce a la Mulata!
__ ¿La Mulata?
__ Sí, así le decimos por aquí a María Celeste.
__Está bien, amigo ¿Pero dónde vive ella? __de inmediato le concluye.
__ Doble a la izquierda, es la casa que tiene muchas sillas; usted sabe, por lo del novenario del difunto. ¡Es ahí! __ le dice con una voz más que afirmativa.
__ Gracias por su ayuda __ se despide.
Y salió apresurado en busca de la mujer que le calcinaba los pensamientos en ese momento.
Llegado a la casa, parqueó frente a la misma y se desmontó con aire de perdona vida. Saludó a los presentes y le preguntó a un joven:
__ ¿Esta María Celeste?
El joven se queda mirándolo ceñudo.
Juan Francisco se da cuenta, y responde rápidamente.
__Soy compañero de trabajo de la Mulata.
Esto suavizó la cosa, y con una cara más relajada, el joven contestó.
__ Ahora mismo le digo que usted esta aquí __ mientras se disponía a buscarla, pero antes preguntó.
__ ¿Me dijo cómo se llama?
__ Dígale que le busca Juan Francisco.
A los pocos minutos apareció la Mulata o María Celeste, bueno lo mismo da para el caso. Se quedó mirando a Juan Francisco, y fue a su encuentro.
__ ¡Hola!, ¿Cómo estás? __ dijo ella.
__ ¡Hola! __ respondió él.
__ No me esperaba tú visita, y mucho menos en estas circunstancias.
__ No te preocupes, para mí eso no es nada, te debía una visita después de saber lo de la muerte de tu pariente.
__ Está bien __ respondió ella. Ven, sentémonos en este lugar __ le invita.
Señaló unas sillas debajo de una mata de limón que había en el patio.
Se pusieron a conversar, y ella le reprochó que tuviera que molestarse en ir tan lejos a visitarla.
Él apresurado le dijo:
__ Mira, María Celeste, yo vine no sólo por la muerte de tu pariente, vine por ti, para que lo sepas.
Ella echó hacia atrás la cabeza, y dijo en forma interrogante.
__¿Por mí?
__ Sí, por ti — le contestó con una mirada de fuego. Así que no te apenes, tú mereces eso y mucho más.
__ No __ dijo ella.
__ No deseo que te crees falsas ilusiones por aceptar tus galanterías, espero que me entiendas. Es que no estoy pensando en meterme en problemas de esos.
__ No, no importa __ dijo él, y añade __ mi deseo es hacerte saber que me interesa lo que te pase de ahora en adelante. Estoy trabajando con el Licenciado en su promoción política, y yo sé que en el futuro de ese trabajo obtendré beneficios.
Ella suspiró, sabía lo que había entre ese hombre y su jefe, y no quería que éste le contara nada malo al Licenciado. Por eso le dijo a Juan Francisco:
__ Mira, por qué no nos vemos mañana a la salida de la oficina, y conversamos más detenidamente; aquí no es el lugar apropiado ni el mejor momento para que discutamos el tema. ¿Que te pareces la propuesta?
Ella lo miró con esos ojos marrones que derretían hasta el hierro más duro que existiera.
__ Bueno, si tú lo dices; estaré en punto, palabra de honor.
__ Okay, que sea así entonces __ dijo ella.
Se despidieron como buenos amigos en la puerta de la vivienda; que en ese momento comenzaba un rezo del novenario que se le celebraba en honor al difunto.
Prendió su moto y velozmente salió del lugar a tomarse una cerveza en el centro tabernero de la avenida, ya que su plan estaba marchando como tren sobre rieles.
* * *
En otro lugar de la ciudad, recostado en el asiento posterior de su vehículo, y pensando en todo lo que había ocurrido en el transcurso de la semana; se dirigía a su casa el Licenciado.
Su chofer, hombre de lealtad probada por los años que llevaba a su servicio, sabía que algo le sucedía a su jefe y por la confianza que ambos se tenían, le pregunto:
__ ¿Tenemos problemas, Patrón?
Forma ésta muy familiar entre ambos hombres.
__ No y si __ contesta.
__ ¿Cómo es eso, patrón?
__ Bueno, cuando te visita un Dirigente Nacional del partido hay que ponerse rejón con el negocio de la política, y más cuando te dicen que no ganaste por la simpatía que hay entre la militancia del mismo, sino que hubo que hacer arreglos en el conteo.
__ ¿Arreglos? __ dice el chofer.
__ Sí, algo parecido a trampa o fullería. Eso me dicen, pero lo que no me gusta es que después que nosotros dejamos el pellejo en el partido, ahora me dicen que hay que compartir las funciones del mismo con unos cabrones que nunca han hecho nada por él.
__ ¿Pero Jefe, eso es definitivo?
¡No!, Hay que ratificarlo en una asamblea a la que, por supuesto, todo el que asiste ya está limado.
__ ¡Ah! Don, entonces la cosa está fea.
__ Bueno, ya veremos lo que haremos y como hacemos los amarres de lugar. Pero no quiero seguir hablando de eso ahora.
__ Como usted diga, Don. __ Respondió el chofer y regresó a su trabajo de atender el volante para no meterse en problemas.
La casa del Licenciado estaba ubicada en un exquisito lugar de la ciudad. Construida con los más mínimos detalles en su diseño y decoración.
No en vano había sido el dirigente vitalicio de su partido en la zona. No iba a trabajar para sólo recibir las migajas y las maldiciones. Recibía las buenas comisiones, y las imprecaciones le pasaban por encima, ya que repartía entre sus más íntimos algunas de las boronas del botín.
El dolor de cabeza del Licenciado era su mujer, trigueña, de cuerpo aceptable, pero tenía, como toda obra no perfecta, un fallo de fabricación en la conexión de la lengua y el cerebro. De ahí, que él prefería a sus amigas del partido para que le acompañaran en los tiempos de política y de tregua. Su esposa era para que nadie sospechara de la vida licenciosa que éste llevaba.
Pero el nombre de su mujer era todo un primor, se llamaba Sol, y ella estaba de acuerdo de que la vida era una y había que aprovecharla. Mientras el Licenciado se daba el buen banquete fuera de su casa con sus amigas y colaboradores, ella lo hacía en su casa.
Invitaba a sus amigas y hacían sus fiestas que casi siempre terminaban en un bacanal. Uno de los más solicitados por la Doña era Darío, joven moreno, de buena estatura, con algunos estudios realizados, y un poco de picardía. Su oficio era atender la jardinería, además de lavar los vehículos de la casa, servía de entretenimiento a las señoras que de tarde en tarde se daban cita en la casa del Licenciado.
Cuando entró el vehículo a la marquesina de la residencia, unos perros Doberman fueron al encuentro de éste, no por las caricias que el Licenciado podía hacerle sino por las que le brindaba el chofer.
El Licenciado al verlo dijo bruscamente:
__ ¡Cojollo!, ¡ya estoy harto de decirles a estos brutos que no suelten los perros! No me gusta que anden por ahí __ maldijo entre dientes.
Se desmontó, y dando un portazo cerró la puerta del vehículo entrando raudo a la casa.
__ ¡Hola mi amor! __ dijo la señora, __ fue a darle un beso y él, bruscamente la apartó y dijo.
__ Mira, no estoy en estos momentos para mojigatas y pendejadas de este tipo __ masculló malhumorado. ¡Excúsame!, tengo muchas cosas por hacer y necesito darme una ducha; voy a salir a una reunión con algunos de los dirigentes de mi grupo en el partido __ le informa con aparente prisa. __ Regresaré tarde, a sí que no me esperes levantada — afirma con cierto desagrado en la voz..
__ Espero que me comprendas __ ahora habla con un tono más suave pero autoritario __ para que puedas seguir dándote los lujos y hacer las fiestas que hace con tus amigas aquí, yo tengo que sacrificarme en esas reuniones. !Okay!, ¿entendiste bien? __ de nuevo alza la voz.
Ella respondió con un monosílabo muy elocuente y parece que todo está perfectamente comprendido.
Ya en la cabeza de Sol, bullía un bacanal que a prima noche se daría, pero con una excepción, sería sólo ella y el jardinero Darío.
Después de un buen baño, perfumarse con la colonia Napoleón, una de sus preferidas y colocarse prendas de las más finas; se despidió de su esposa con un ademán de un beso en el aire, y salio esa tarde sabe Dios a visitar que personaje. Se decía, por ahí, que había alguien que por unos módicos colocaba a ciertas damitas para entretener las funciones que se les pedía.
No se había apagado bien el sonido del portón de la verja del perímetro de la casa, cuando Doña Sol estaba mandando a buscar a Darío al extremo del patio de la casa.
Le dijo sin mirarlo, y como si ya él supiera la orden:
__ Deseo que después de las cinco, vengas; para que me acompañes junto a unas amigas, y nos deleites con tus cuentos e historias. __ ¿Entendiste bien lo que te dije? __ le enfatiza.
Darío respondió con un sí lacónico como repuesta.
Como era fin de semana, ya en la casa no quedaba nadie del servicio, con excepción de Darío, quien no tenía a dónde ir y se quedaba en el cuarto de los trabajadores en una camita bien pequeña.
En ese cuarto tenía todo lo necesario para no tener que molestar en la casa de los señores, pero a esta mujer, como él decía, se le ha puesto entre ceja y ceja que él tiene que complacerla en sus juegos sexuales.
Cuando dieron las seis de la tarde, se presentó en la mansión entrando por el área de la cocina. Vestía una camisa negra con un pantalón Jeans, que remarcaban toda su fisonomía y algo más.
Cuando Sol se percató de la presencia de Darío en la sala, le dijo desde el diván donde se encontraba:
__ Creía que ya no vendrías a mi cita de hoy.
Él respondió con un cuestionamiento:
__ ¿Cómo dijo?
Ella respondió:
__ No te preocupes por lo que dije; lo importante es que estás aquí. ¿Qué deseas tomar? __ le ofrece una bebida con cortesía.
__ Un trago de ron __ respondió él.
Ella, como gata relamida en celo, se paró del diván, y pasando el brazo por su cuello lo atrajo hacia ella; le estampo un beso de esos de película.
Al pobre muchacho se le dispararon todos los receptores de adrenalina, sin darse cuenta ya le había aplicado un abrazo de oso a la Doña, y el ofrecimiento del trago de ron se convirtió en una orgía de manos y brazos.
El resto de la noche, en la casa del Licenciado, transcurrió entre quejidos, ladridos, y algo más que suspiros. El jardinero supo hacerle honor al nombre del rey persa.
Pero, como en esta extraña familia todo el mundo hacía lo suyo, el Licenciado no se quedaba atrás en esto de las infelicidades.
Se dirigió al barrio donde vivía María Celeste, y con una orden despidió a su chofer.
El llegó alrededor de las siete de la noche, y como ya era conocido nadie receló de él. Además, tenía una estampa de político a kilómetros de distancia, y la gente, desde que lo vio, se fue acercando lentamente y al cabo de un rato había un tumulto en una casa que sólo tenían sentimiento para el lamento, las lágrimas y la oración.
María Celeste, viendo lo que se avecinaba le dijo:
__ Si prometes traerme antes de la media noche, nos vamos de aquí inmediatamente.
El Licenciado, un hombre impuesto a dar órdenes, escuchó en sus oídos campanitas y rápidamente se despidió de algunos parroquianos, llevándose a la Mulata; partió a un lugar desconocido.
__ ¿Sabes algo? __ dijo ella con una sonrisa y agrega __Si yo fuera bruja me sacaba la caraca.
__ ¿Por qué? __ le cuestiona él.
Bueno, hoy he tenido dos visitas que en honor a la verdad, yo nunca me hubiera imaginado que se produjeran en el mismo día, ni en mucho tiempo.
__ ¿Y cual fue la primera? __ inquirió él.
__No se preocupe por eso, Licenciado, recuerde que la curiosidad mató al gato, y la ambición mató al ratón.
__ Es cierto __ dijo él.
__ ¿En qué le puedo ser útil, Licenciado? __ preguntó la muchacha.
__ No te preocupes, lo mejor es salir de este sector __ aconseja, para luego agregar __ luego te digo.
Después de unos minutos de estar circulando por la ciudad se detuvieron en un restaurante de renombre y se desmontaron; él muy galante, le abrió la puerta a la Mulata y la invitó a entrar al local.
Se sentaron, en una mesa ubicada en un rincón del amplio salón, y le preguntó: ¿Qué deseas para tomar?
__ Bueno, si usted está tan dadivoso, una copa de vino dulce. __ le dice ella en forma de respuesta.
__ Okay, dijo, lo que tú digas. Mira, María Celeste, entre tú y yo ya ha ocurrido algo en el pasado y te he dado un sitial importante en el despacho; pienso que tú sabes que algo más merezco de ti. Así disparó el Licenciado su intención a la Mulata.
__ Bueno Licenciado, creo que ambos estamos pensando en diferentes vías.
__ ¿Tú crees eso, María Celeste?
__ Sí, Licenciado, yo creo eso.
__ ¡Ah caray! yo que pensaba darte una sorpresa esta noche.
__ ¿Una sorpresa, Licenciado?
__ Así es, una sorpresa __ mientras sonríe.
__ ¿Y ya no es sorpresa, esa sorpresa Licenciado?
__ Bueno, tú no deseas nada de mí, entonces no hay sorpresa.
__ Bueno, pero dígame en que consiste su sorpresa, y ya veremos si vale la pena escuchar su propuesta. __ le dice con curiosidad.
Esto último, lo dijo con la picardía característica de las hembras cuando quieren decir que sí pero que optan por dar rodeos en un juego que incita a la aceptación. Además, María Celeste era una veterana en las lides del coqueteo con los hombres.
Llegó el vino apetecido, y el mozo se dispuso a servir ambas copas hasta la mitad con el preciado líquido que luego disfrutarían a gusto ambos comensales.
__ Mira, ¿Te puedo decir Mulata?
__ Claro, me puede llamar usted por Mulata — asintió con la cabeza.
__ Bien, ya aclarada algunas cosas, lo que te deseo proponer es, que a partir de hoy seas algo más que una simple secretaria para mí.
__ No digas nada, solo escúchame. Que yo sé lo que digo, para qué lo digo y en el momento que lo expreso. Ya está bueno de tanto rodeo. Lo que deseo es que seas mujer mía, y punto.
María Celeste, le mira por un buen rato, y achicando los ojos le dijo:
__ Mire, Licenciado que usted tenga las ganas de cogerme, eso yo lo puedo entender. Pero de que me quiera para algo más, ahí no lo veo muy claro.
__ Mira, muchacha __ respondió él __ lo que he dicho hoy no lo repito más en mi vida. Tú decides.
Ella tomó la copa de vino y le dio un sorbo largo; como si quisiera acabar la bebida en ese instante.
En ese momento su cerebro era una computadora, y calculaba todos los riesgos que ella podía ver en la insinuación de marras, pero de que era una realidad que le perseguiría mientras estuviera trabajando en la oficina del Licenciado, eso lo sabía seguro.
Además, su entrada al trabajo vino después de una tarde de juerga con el Licenciado y eso no se olvida fácilmente; menos a un hombre como aquel.
__ Esta bien, usted tiene la razón, Licenciado __ contesta ella, y a la vez pregunta __ ¿Por qué no nos divertirnos un poco?, ¿Le hacemos daño a alguien? __ preguntó con su segunda intención.
__ No, contestó él. __ Con nuestra forma de actuar, sólo nosotros somos responsables de lo que hacemos.
__ Okay, que ya no se hable más de esto. La vida tiene que seguir, fue la respuesta de la joven que con este nuevo panorama ganaba terreno en el bufete.
Salieron de aquel restaurante y se perdieron por esas calles de Dios, hasta bien entrada la madrugada, cuando el vehículo del Licenciado se detuvo frente a la casa de la Mulata, y la dejó sola con sus pensamientos y dudas que, de repente, comenzaron a embargarla.















Capitulo VI
Líneas cruzadas

Cuasimodo se detuvo en una esquina y llamó a un vendedor de periódicos:
__ Dame el periódico de la tarde.
__ Son quince pesos, señor.
__ Sí, no hay problemas __ respondió el hombre fuerte de la inteligencia de la región.
Ávido de enterarse de los chismes políticos, no se fijó que detrás de él, un paisano en una pasola se había detenido, precisamente a comprar un ejemplar del mismo periódico.
Juan Francisco, salió presuroso en su motor, y tampoco se dio cuenta del personaje que tenía frente a él, ocupando el vehículo de trabajo de la institución a la cual pertenecía en ese instante.
Cada uno siguió su rumbo sin percatarse cuán cerca habían estado el uno del otro.
El Comandante, Cuasimodo, tenía una amiga de esas que se hacen en los pueblos; las cuales desempeñan, en su momento, un papel importante en la vida de un servidor público, y más si es militar.
Ángela era una mujer vivaracha y alegre, le gustaban los uniformes y si tenían rangos, mucho mejor para ella. Pero a su nueva conquista, la mujer no podía contarle su pasado, ya que había aprendido que, en el argot militar, nadie ve nada y nadie sabe nada en lo referente a las mujeres.
__ ¡Hola, Ángela! ¿Cómo te ha ido hoy?
__ Muy bien, Mi Comandante, haciendo horas para ver su llegada __ dice exponiendo una amplia sonrisa.
__ No me digas __ dijo él, rodeando su cintura; y apretándola con esa fuerza bruta de sus brazos, la atrajo hacia sí, y así comenzó esa tarde la comedia de Cuasimodo y Ángela.
Después de un rato, ella salió de la habitación y preparó un aromático café que sirvió en dos tazas para saborearlo junto a su jefe y nuevo amante, en la intimidad de la habitación, donde aún reinaba la atmósfera del frenesí que vivieron apasionadamente.
__ ¿En qué piensas? __ Interrogó ella, en un tono que no mostraba interés ni curiosidad para que el hombre que tenía acostado a su lado, no sospechara que tenía algún interés en temas relacionados con los problemas del trabajo o de la cotidianidad de Cuasimodo.
__ No, en nada importante que te pueda interesar, no te preocupes. Y mintiendo como sólo él sabia hacerlo __ le dijo.
__ Pensaba en el buen momento que me has hecho pasar, Ángela.
__ Eso me gusta dijo ella que, por lo menos me recuerdes en tus momentos más aciagos.

* * * *

La noche había caído, lentamente, en la ciudad y las pocas luces estaban encendidas, se escuchaban en muchos lugares las maldiciones por la falta de las instalaciones del sistema eléctrico, que a prima noche mantenía a los barrios sumidos en la más lóbrega oscuridad.
La pandilla de Juan Francisco se había vuelto a reunir para contar las correrías y juergas que se habían dado, pero no hablaban nada de lo ocurrido la noche que visitaron el colmadón del tío de María Celeste.
__ Dime, Pepe, ¿cómo te fue? Te vi cuando te dirigías por el acceso de la salida de la ciudad. __ Interpeló, Juan Francisco.
__ Bueno, -dijo el granuja. __ Le tenía echado el ojo a la morenita de las trencitas que siempre pasa como a las nueve por la plazoleta, y como sabía donde trabajaba, me fui derecho para ser el dueño de ella por dos días.
__ ¿Y qué paso entonces?
__ Nada, nos dimos una fiesta a todo lo ancho y largo. El flaco de la 38, nos surtió de la mercancía y la condenada se puso a volar con un solo sorbo. __ Ya tú sabes como es eso, todavía me siento loquito, pero no te preocupes que para trabajar soy un animal.
__ Si tú lo dices __ respondió, Juan Francisco.
El más callado de todos, Pedro José, dijo entre dientes:
__ Yo no tengo que contar nada. Lo mío es mío, y el que quiera saber algo tiene que andar conmigo.
Su lacónica repuesta hizo que se terminara el tema.
__ Bueno, muchachos __ dijo Juan Francisco. __ El trabajo de hoy es sencillo, hay que empapelar a un tipo que se está cargando a la mujer del jefe, y eso hay que detenerlo.
__ Pero, si ella quiere follar con un fulano. ¿Qué? __ se admira y agrega __ si el Licenciado no tiene la suficiente hombría para resolver sus problemas ¿Por qué tenemos nosotros que limpiarle los trapos sucios al pendejo este?
__ Bueno, Memo, yo no pregunto, sólo recibo órdenes y ejecuto; el que no quiera ir no cobra.
__ ¿Cuántos palos le damos?
__ Unos cuantos nada más, no lo maten. Yo le digo quien es, y a que hora será el asunto.
__ Está bien __ respondieron todos a coro.

Casi nos habíamos olvidado de Sol, la esposa del Licenciado y el cuidador del jardín de la casa. Pasemos a ver cómo anda la juerga que ella se disponía a darse esa tarde con el joven galán.
Como era fin de semana, Doña Sol había dispuesto que todo le saliera perfecto para poderse dar el banquete con el joven jardinero.
Al hacerlo pasar a la casa, le exigió una serie de medidas higiénicas, las cuales él cumplió a cabalidad. Tales como, una depilación completa, un buen cepillado dental, uso de colonia y desodorante. En lo relacionado a las prendas de vestir, ella le había proporcionado el atuendo perfecto, elegido a su gusto para la ocasión.
El Licenciado había salido, y la excusa que expuso fue las reuniones partidarias que tenía en agenda esa tarde y parte de la noche; le dijo a su mujer que no vendría temprano.
Sol, deseaba comerse sola al muñecote, pues en otras ocasiones ella había invitado a unas amigas para que juntas pasaran el rato, pero no estaba dispuesta a desperdiciar esta oportunidad, haciendo honor al refrán que reza. Las oportunidades son calvas y cuando le salen pelos, hay que aprovecharlas.
Darío ya tenía su maestría y, en esta ocasión, pensaba ponerlas en práctica para ver sí como gigoló la vida le era más encantadora.
Entraron al cuarto de huéspedes que había sido arreglado apropiadamente para la ocasión; ella puso una musiquita suave, y le dijo:
__ Por hoy, no temas nada. Aquí nadie nos molestara y te aseguro que el Licenciado no regresa hasta mañana en la mañana.
Él sabía que eso era verdad, pero no se podía confiar demasiado; ya que como dice el refrán “El diablo nunca duerme en su casa”.
Sol le brindó una copa de vino espumoso, mientras él le acarició el cuello; esto supuso una descarga similar a un corrientazo que le corrió desde la cabeza hasta los pies, y volteándose rápidamente se le colgó del pescuezo, aún con el sabor a vino en la garganta; aquellos labios se apretaron con ganas de que fueran cortados por el aliento de un macho y saciaran los deseos contenidos en una mujer que en su interior se consideraba joven.
Al filo de las tres de la mañana, él salió presuroso de la habitación; ella no quería que se fuera, pero Darío sabía con quien jugaba, y el peligro que se corre en ese tipo de juegos.
No hacía ni un minuto que había entrado en el área destinada a los tres empleados que dormían en la casa, cuando escuchó el ruido de un motor, y pensó: ¡Ay diablo, tú si sabes!
Sol, al escuchar el motor del vehículo llegar, cerró rápidamente el cuarto y corrió a su habitación, tiró todo al piso y se acostó dejando encima de la cómoda una botella de vino.
El Licenciado entró a su casa, sin notar nada extraño, pero como de costumbre, recorrió toda la casa y reparó que en la habitación de huéspedes había una luz encendida. Tomó sus llaves, y entró, notó que había sido usada, pero no dijo nada, apago la luz y cerró la puerta, tomando rumbo a su habitación.
Subió caminando pausadamente y meditando lo acontecido, vio a su señora acostada, encendió la luz de la cómoda y vio la botella, testigo silente de lo que había ocurrido. Se quitó la ropa, entró a la ducha, se dio un buen baño y se acostó, en ese momento, el brazo de su mujer lo rodeo y le susurro al oído:
__ Te estaba esperando, casi me tomo la botella de vino sola. Pero así es mejor __ le dijo __ la carne tiene otro sabor. Ven, bésame y hazme sentir deseada, y ámame como yo te hago sentir a ti.
Él le dijo: “Estás borracha, ya mañana será otra cosa, por hoy sólo deseo dormir”
Y con estas palabras, dio media vuelta en la cama, se arropó con su sábana y, sumido sus pensamientos en la figura de María Celeste, se dispuso a dormir como un bebé.
Por las mejillas de ella corrieron dos lágrimas de odio pero, al igual que él, Sol tenía motivos para dormir tranquila, había saciado todo ese fuego que, por espacio de meses, la quemaba por dentro. Cerró sus ojos y sólo atinaba a ver en su cerebro las veces que Darío la poseía y las caricias que le prodigaba. Con un rictus de sonrisa en sus labios se durmió.
El domingo, en la casa del Licenciado, los señores no se levantaron temprano. El carro ya estaba lavado, y disponible para salir en el momento que el señor dispusiera. Pero ninguno de los dos hizo acto de presencia, no hasta pasadas las doce del medio día.
Él sólo tomo un vaso de jugo de naranja y se dirigió a la terraza para darle un vistazo a los periódicos de circulación nacional de ese día. El sol estaba radiante; mientras el Licenciado leía las noticias y maldecía a algunos líderes de la oposición para sus adentros, le dedicó por un segundo un pensamiento a María Celeste; se cuestionó asimismo, con reproche, ¿Qué te pasa, te estás ablandando por una como esa?
Hojeando los demás periódicos, vio algo que le intrigo muchísimo. El artículo decía que, ha mediado de semana, la cúpula de su partido haría una reunión nacional para discutir cosas tangenciales de su organización.
Como movido por resortes que se disparan, rebusca en los demás periódicos que tenía a su alcance, en tres de los recibidos esa mañana decían lo mismo.
Tomó el teléfono celular, y con voz preocupada, llamó a su amigo en la Capital y le cuestionó sobre esta reunión de emergencia que él desconocía.
__ ¡Buenos días, Dr. Carpuncio!, ¿Cómo estamos compañero?
__ Qué gusto oírlo.
__ Sí, compañero, lo estoy llamando por esta pendejada del periódico que desconocía.
__ ¿Qué?
__ ¿Cuándo me llamaron ustedes? ¿Anoche? Pues tengo para decirles que no recibí, pedazos de pendejos ninguna llamada, __ no me digas que no lo insulte. __ Ustedes los de la ciudad piensan todo el tiempo que los de pueblo somos tarados.
__ ¡Dr. Carpuncio!, ¡Dr. Carpuncio!, escuche bien, ahí estaremos todos los del Directorio de la Provincia, ¡me escuchó bien!
Cerró el auricular del celular, maldiciendo para sí por lo ocurrido; pero se juró que a él no lo sacaban de circulación.










Capitulo VII
Entre amigas

En un barrio, una mañana de domingo, no es diferente de la de un lunes o cualquier otro día de la semana. La gente sigue viviendo su cotidianidad y su vía-crucis como si todo fuera parte de ese circo de la vida de los pobres de este mundo. Para María Celeste, el despertar no fue placentero, su tía entró en su habitación, la zarandeo por los brazos y le dijo:
__ Pero tú si tienes coraje, con lo que paso aquí y te fuiste con ese señor y ahorita fue que llegaste, ¿no te da vergüenza?
Ella, que no había despertado del todo, le dice a la tía:
__ Ese señor fue el que te mando la propina.
__ Pero, ¿y que es lo que pasa aquí? no dejan dormir a nadie. Sí, yo sé lo que está pasando en la familia pero también tenemos que darnos cuenta que la vida continúa, y ese señor, como usted le llama, es el jefe de mi oficina, es mi patrón, y que yo sepa, él no le ha hecho nada a usted y mucho menos a mí. No entiendo su preocupación, tía, ni su puritanismo que aquí todos tenemos nuestro San Benito colgando.
La tía no dijo nada y María Celeste estaba que echaba chispas. De súbito, se levantó vestida para salir lo más rápido de la casa, y pasar el resto del día en la casa de una de sus amigas de la zona, evitando seguir discutiendo con su tía y con los parientes que podían llegar a la casa, sólo faltaban dos días para que terminara el novenario de su tío. Pero, pensaba que el que no hace las cosas bien en vida, después de muerto, para qué le sirven los rosarios.
Salió de la casa vestida con ropa sport, y ya en la acera, ¡Oh sorpresa! como una aparición, llegó su otra sombra. Juan Francisco en su pasola nueva, le saludó con agrado y cariño. Este preguntó:
__ ¿Adónde vas tan preciosa? __ la alaba con cariño.
Voy donde una amiga __ respondió la Mulata, fijándose por primera vez en esos ojos negros como el azabache de Juan Francisco.
__ Si me llevas, acepto la bola.
__ No hay problema, le contestó. __ Este aparato está nuevo y puede ir donde sea. Mira a ver si quieres ir a la playa. ¿Qué me dices?
__ Estás loco muchacho; oye vas muy rápido. Además, es domingo, deja pasar un día en blanco por lo menos, mi hijo __ exclamó ella.
__ Si tú lo dices, que así sea.
Salieron rápidamente en la pasola y ella le fue dirigiendo el camino para llegar donde su amiga. Cuando la corriente del aire fluía, hacia que la fragancia de la colonia de Juan Francisco acariciara la cara de ella, esto la hizo estremecerse y ponerle los pelos de la nuca de punta; se dio cuenta que este hombre producía en ella emociones perturbadoras.
Salieron de las callejuelas atestadas de baches, y luego llegaron a la avenida principal, siempre siguiendo las instrucciones de la muchacha.
Llegaron a un residencial de edificios fabricados por el gobierno para personas de escasos recursos, ella le indicó dónde pararse, y le señaló la ubicación del edificio de su amiga, aunque no sabía si esta se encontraba en casa. Tomó su teléfono celular y marcó. De un tercer piso se asomó una joven en camisón y les hizo señas para que subieran.
El la acompañó hasta donde vive su amiga. Mientras subían, María Celeste le dijo.
__ Es verdad que eres loco, tú no tienes que venir hasta aquí, no te moleste tanto.
A lo que Juan Francisco le respondió:
__ Para mí, tus pensamientos y deseos son órdenes, Mulata, así que me tendrás siempre a tu lado, desde ahora y por siempre.
Ella no dijo nada, sólo atinó a mover la cabeza de un lado a otro como si quisiera que los pensamientos que la acechaban se alejaran de ella para siempre.
La amiga, que no era otra, que su compañera de correrías del liceo, le saludo en la puerta efusivamente y les invitó a entrar.
Hacía un calor endemoniado, y de inmediato le dijo que si querían una limonada.
La amiga tomó dos vasos, y sirvió el líquido a los recién llegados, fue como una bendición en medio del desierto, debido al sofocante calor reinante en la ciudad.
María Celeste hizo las presentaciones de lugar:
__ Juan Francisco, te presento a mi amiga Thelma y viceversa.
Todos rieron de la ocurrencia de la muchacha.
Thelma, inmediatamente felicitó a María Celeste por la conquista, pero ésta se apresuró a decir.
__ ¡No!, ¡no!, no te apresures tanto mi amiga: es sólo un amigo y me ha traído hasta aquí; así que no hagas cerebro en donde no hay ideas. ¿Entendido?
__ Como digas, mi hermana, pero si fuera yo, hasta de mi sombra me cuidaría con un jevo así.
Como Juan Francisco no fue invitado a quedarse, no escuchó la conversación entre las dos mujeres, además, él tenía otros planes para el resto del domingo. Se marchó después de las presentaciones y la limonada, dejando a las mujeres en sus divareos. Salió tan rápido como vino, y se perdió por la primera esquina del barrio.
* * *
Lo malo del que no tiene dinero, es que tiene que conformarse con lo poco que puede arañar en la vida, y en muchas ocasiones puede tenerlo todo, pero siempre desea lo que jamás puede alcanzar.
Thelma, la famosa amiga, era la amante de un fulano que no viene al caso; pero cuando vio a Juan Francisco, le corrió por el torrente sanguíneo una considerable cantidad de adrenalina, y no era para menos. El fulano en cuestión, según su catálogo de hombres, estaba para no dejar nada de él en un buen banquete de los que ella solía hacer de vez en cuando en su apartamento.
Pero la Mulata la miró y le dijo clavándole los ojos;
__ ¿Pero mujer, tú te estás volviendo loca? No ves que ese producto no camina.
Hizo un gesto con los dedos, y las dos mujeres se rieron a carcajadas.

En el cuartel, Cuasimodo llamó a sus subalternos y le dijo que el domingo era un día sagrado para todos y nada podía interrumpirlo ni con el aletear de una mosca, que era mucho que decir.
Todos asintieron con un “sí señor¨. Además, ellos sabían que el infractor de fin de semana tenía que coger cárcel hasta el día siguiente, si quedaba vivo de la paliza por fastidiar el día de descanso.
Las patrullas salieron a realizar sus recorridos por los diferentes sectores de la ciudad. En uno de los puntos más calientes, donde se vende lo que no se puede comprar en colmados, estaba el Memo; uno de los hombres de Juan Francisco.
Los hombres se pusieron nerviosos, el que comandaba la patrulla se desmontó, caminó en medio de los parroquianos del lugar, no hizo ningún gesto y regresó al vehículo, y les dijo a sus hombres que había cinco hierros, entre revólveres y pistolas; y que por el talante de los individuos, se nota que eran calientes.
Tomaron la decisión de requisar el lugar, se armó el corre-corre, pero sólo fueron detenidos los cinco elementos que estaban armados. Ellos no andaban detrás de droga ni sustancias controladas; las armas rendían mejor dividendo que la droga y el papeleo era menor, además, en su mejor momento, se podía resolver el lunes en la oficina del Comandante por una módica suma.
Guardia viejo es zorro, no por guardia, sino por viejo, y en eso el sargento se ganó las palmas. Ninguna de las cinco armas estaban legales, y una tenía la numeración limada; esto convertía a su dueño en sospechoso. Fue el único que se quedó guardado, los cuatro restantes fueron despachados hasta el día siguiente a las ocho de la mañana.
En el momento de la confusión, el Memo salió del lugar llevándose algo que uno de los parroquianos dejó caer en medio de la confusión del corre- corre. Rápidamente partió del lugar para determinar la calidad del producto; y si era posible buscarle mercado a ese hallazgo fortuito de la desventura de un tonto.
Pero en el sub-mundo de los que no tienen nada que perder, ese es un delito que se paga con la vida y si tienes la suerte de sobrevivir, por lo menos las marcas de las armas son el sello de que eso no se puede hacer sin quedar impune.
Cuando la patrulla se fue, todo el mundo regresó al lugar y, como de costumbre se pasó revista a la lista de detenidos y a los que se marcharon vertiginosamente, ya fuera por ser personas que tenían problemas en la oficina de Cuasimodo o porque no les interesaba ser identificados en el grupo.
Cuando los que dominaban la esquina del negocio hacían sus interrogatorios, apareció un joven con aspecto de muerto viviente, por su grado de dependencia de las drogas, y dijo haber visto a Memo recoger algo del suelo y salir rápido del lugar. En ese momento, se desató una casería hacia Memo como jamás se había visto en la zona.
Los teléfonos inalámbricos sonaron en todo el sector. La orden era que no lo tocaran, pero con la advertencia de que, quien comprara ese producto era hombre muerto. Memo estaba saliendo de un callejón cuando una gorda de la cuadra lo llama y le dijo en forma muy confidencial:
__ ¿Qué coño hiciste en la esquina del muerto?
Memo, hombre ducho en las luchas de calle y de pandilla sabía lo que había entre mano, y respondió de forma lacónica:
__ ¿De qué pendejada tú me hablas, Gorda? Yo no sé que tú me quieres decir.
__ Está bien __ respondió la Gorda.
__ Dime la marca del café que te gusta beber y los cigarrillos que fumas, por favor.
En ese instante Memo supo que se había dictado sentencia de muerte sobre él, y que lo más prudente era buscar a Juan Francisco y ponerle al tanto de la situación.
Corrió por el barrio en busca de su jefe de pandilla, pero no lo encontró; por más que preguntó por él, no lo localizó. Y era obvio que eso pasara, ya que, en otra zona de la ciudad, sentado frente a una mesa, Juan Francisco recibía instrucciones mientras jugaba con un vaso de ron.
Ya entrada la tarde y con temor a salir de su agujero, el Memo escuchó una conversación entre dos parroquianos del lugar:
__ Bueno, pienso que al Memo hoy se la cobran. Han dado orden de quitarlo del medio, yo no sé por qué se mete con esa gente. Él sabe que con la gente de la droga no se juega. ¡Allá él!, quien lo manda a pisar terreno ajeno.
Fue a su cuartucho y miro debajo del colchón, sacó la pistola, la revisó y contó las balas que tenía el cargador; y dijo para sí.
__ Yo me puedo ir, pero esos pendejos también se irán conmigo.
Salió a buscar al Pepe, que ya había regresado del río con su meretriz, donde fue a pasar el día.
Le contó lo sucedido, y éste le increpó lo inepto y estúpido que fue al meterse con la gente del punto. Tomó una decisión rápida, y le preguntó al Memo dónde estaba la mercancía. Este dudó un segundo. El Pepe le dijo:
__ Está bien, no es a mí que van a llenar de hoyos hoy __ sentencia.
__ Está bien __ dice Memo, y le explicó como encontrarla.
El Pepe llegó a la zona, encontró la mercancía y se dirigió a la esquina donde el Muerto es el líder. Al llegar, buscó al Muerto y lo llamó a un aparte; le plantea la cuestión de la devolución sin tocar al Memo. Este lo miró fijamente y le dijo:
__ Mira Pepe, mi gente no se mete en los negocios de tu grupo, y mucho menos traicionamos a los que viven como nosotros; pero a los ladrones del negocio no lo perdonamos.
__ Pero, ¿A quién tumbó el Memo? __ preguntó con curiosidad.
__ A nadie en particular __ responde el Muerto. __ Pero en medio del alboroto de la requisa, uno de los idiotas que trabajan para mí, soltó el paquete creyendo que los perros venían buscando mercancía y el Memo aprovechó la ocasión, y tomó lo mío. Ya está claro, Hermano.
El Pepe se pasó una mano por la cara y maldijo para sus adentros la estupidez del Memo. Ellos tienen que estar frío con esa gente y el idiota, por unos pesos más, lo jodió todo. Sin pensarlo un segundo, le dijo al Muerto:
__ Yo te traje tu mercancía, se la quité al Memo por orden de Juan Francisco. Nosotros nos encargamos del Memo. Está claro.
El Muerto lo miró y extendió la mano. Recibe una funda de sello rápido, hizo un ademán, se acercó un gordo con cara de idiota y escuchó la orden del muerto.
__ Pesa eso.
__ Ahora el Pepe se ha metido a “perdona vida” del pendejo del Memo. Si no está completo, tendremos que matar a dos idiotas.
El gordo se alejó, y de una esquina sacó una balanza que ni el FBI hubiera visto donde estaba. Pesó la mercancía, y le hizo un ademán al Muerto dándole entender que la mercancía estaba completa.
Le dijo al Pepe:
__ Vete, hoy no hay problema; pero dile al Memo que se vaya comprando una muleta. La va a necesitar, y muy pronto. Cualquier día de estos puede tener un accidente.
El Pepe salió de la esquina del Muerto y ligero se dirigió donde había dejado al Memo, alzando la voz como nunca, le dijo:
__ ¡Cabrón! ¿Pero tú, coño, estás loco? ¿Cómo te metes con esta gente? Lo que más nos ha aconsejado Juan Francisco es que podemos hacer nuestras travesuras, pero jamás de lo jamases meternos en los negocios del Muerto ¡Coño, qué vaina la tuya!
__ Y tú ¿qué habrías hecho en mi lugar? Eso estaba en el suelo, yo no se la quité a nadie. ¿Qué me dices entonces?
__ Yo no te digo nada, pero si fuera tú, de ahora en adelante me andaría más mosca que Trujillo. ¿Entendiste, idiota? ¿Lo escuchaste bien claro, pendejo?
__ Está bien __ dijo el Memo, y tocándose el bolsillo le dijo al Pepe:
__ Cualquier pendejo de esos que se me cruce, es él o yo, y listo; total, cualquier día tiene que ser __ sentencio con una voz de hombre guapo.
__ Si tú lo dices, que a si sea __ dijo el Pepe __ Y dando por terminada la conversación, salió a buscar a Juan Francisco para ponerlo al tanto de la situación del momento.
Cuando el Pepe encontró a Juan Francisco, le soltó toda la historia y este dio un puñetazo sobre una mesa, prodigando maldiciones al ciento por uno. Todo porque el Memo, desoyó la orden de no meterse con la gente de la esquina del Muerto. Ahí hay que estar frío, y el idiota dañó la cosa.
Le dijo al Pepe:
__ Vete, yo me encargo de este problema.
Y no se dijo nada más entre estos hombres de vida dura en las calles, y el submundo delincuencial.
Un fuerte apagón se produjo en toda la zona, los hombres de Cuasimodo prefirieron esperar en el cuartel hasta que llegara la energía eléctrica en el sector. A eso de las nueve de la noche, se escucharon cuatro disparos en medio de los callejones del barrio del Muerto, luego se formó un corre-corre tremendo. Otros dos disparos más, se oyeron unos gritos de miedo en una casa a oscuras. Resonó un último disparo, y al instante se escuchó un leve quejido procedente del lateral de una casucha, que fue escuchado por los moradores de la misma.
Al cabo de unos minutos se produjo una rociada de balas, y luego un silencio total, presagiando que el nuevo día traería más luto en la zona.
Cuando se restableció el fluido eléctrico, se apersonaron en la zona los hombres de Cuasimodo y comenzaron a efectuar arrestos a diestras y siniestras, llevándose a los hombres del Muerto, incluyendo a su líder.
En un callejón del barrio los vecinos escucharon unos quejidos, y al ver quien era se encontraron con la espeluznante escena del Memo agarrándose el estómago para que no se le escapara por los dedos la vida que se le iba a pasos agigantados.
Rápidamente lo subieron a una camioneta, llevándoselo a un hospital público. Allí lo metieron a la sala de emergencia; pero su estado no era el mejor, a juzgar por la cantidad de sangre que había perdido en el callejón, así como en el trayecto al centro de salud.
El rumor se regó como pólvora, llegando a oídos de Juan Francisco y los otros integrantes del grupo. Inmediatamente, se apersonaron al hospital a indagar la situación de su compinche. Además, siempre hay por ahí uno de los responsables; pero eso no era muy seguro.
En ese momento llegaron los hombres de Cuasimodo con un tipo que, por la pinta que presentaba, no debía de estar vivo. Llamaron a una enfermera solicitándole una camilla, cuando se presentó uno de los doctores, quien le practicó los exámenes de rigor y les dijo:
__ Este está listo, pero para el entierro.
Para los curiosos del barrio, y a juzgar por la cantidad de disparos de la noche pasada, los heridos debían ser muchos; pero ellos no vieron nada. Estas declaraciones fueron recogidas por los oficiales, quienes, a punta de fusil, abrieron las puertas de las casas, o detenían a los moradores del barrio que se atrevían a salir para escuchar las versiones de lo ocurrido en la calle.









Capitulo VIII
Entierros y sospechas



Otro herido ingresó a la sala de emergencia. Tenía impactos de bala en varias partes del cuerpo, dos en un muslo y uno en el brazo. Se quejaba como cabrito camino al matadero. Este personaje era nada más, y nada menos que el gordo, pesador del Muerto. El Pepe, al verlo llegar desde donde se encontraban, le susurro algo en el oído a Juan Francisco. Todos se alejaron de las inmediaciones de la emergencia del hospital. Ya tenían una idea de lo sucedido al Memo.
Para Juan Francisco, esto era una contrariedad, ya que a él no le interesaba una guerra con el Muerto, y mucho menos que los organismos de seguridad profundizaran más en sus vidas.
En el cuartel estaban bien ocupados con los detenidos. Peor aún, cuando a uno de los hombres del Muerto le ocuparon, al ser apresado, la famosa funda que dio origen a todo este movimiento. El oficial del día que tenía muy malas pulgas con los que usaban droga o vendían esa porquería, como él decía, le dedicó una sección de repaso al tipo del Muerto, y éste, después de cinco minutos con el teniente decía lo que sabía y lo que el otro quería saber.
Todo el movimiento y las detenciones le fueron informadas a Cuasimodo, quien de inmediato realizó una llamada a sus superiores en la capital, informando sobre los sucesos acaecidos durante la noche anterior. Como había fallecidos resultado de la refriega entre pandilleros, le informaron de que enviarían un equipo especial para ayudar en la investigación.
Cuasimodo meneaba la cabeza, preocupado y pensativo, se decía: “Esto se jodió, ya no habrá paz en este barrio de mierda. Habrá que darles duro a todos, y este teniente de pacotilla tenía razón cuando me proponía una batida en barrios aledaños”.
Llegó el informe del hospital. Cuasimodo repasó el documento, y en seguida pasó los datos a sus superiores en la capital, sin omitir ni un punto ni una coma. El balance del incidente era, un muerto dos heridos de gravedad y más de cincuenta impactos de balas en diferentes casas.
__ Esto no está bueno, no señor, no está bueno __ murmuraba Cuasimodo.
Llama al oficial del día y pregunta.
__ ¿A cuántos han detenido hasta ahora?
__ Bueno, Comandante, los muchachos han hecho veinte arrestos. Y están en la calle.
__ ¡Nada más que veinte pendejos arrestos, con tantas balas disparadas!, ¡coño! ¿Tengo yo que hacerlo todo? Llame a todo el mundo, y que me traigan hasta los que maman teta y estén en la calle. Nadie puede quedarse afuera esta noche, ¿me escuchó bien?
__ Sí, señor, todos los lobos fuera, Comandante. __entendido, confirma, dando media vuelta, salio presuroso a cumplir la orden.
En eso llegó el Sargento Pérez Cuevas con su patrulla, y trae diez detenidos, entre ellos a varios menores que en la requisa tenían porciones de sustancias que más adelante había que analizar.
A empujones y patadas fueron introducidos a una celda que ya no aguantaba un mosquito más; pero, para las circunstancias y los momentos que estaban viviendo, había que crear espacio para todo el mundo, ya que los arrestos seguirían y en mayor escala.
En medio de la oscuridad se escucha una voz preguntando al de la izquierda de su posición:
__ ¿Se cargaron al pendejo?
__ Sí, está tirado en el callejón donde vivía; pero salió duro el tipo. Al Gordo le dieron duro, y tú sabes que es una pieza bien conocida del negocio nuestro.
__ No te apures por eso, si dejó que le dieran por estúpido, que se joda. Yo mandé a hacer un trabajo limpio, no una chapucería como la que hicieron esos pendejos. ¿Está claro? __ Corre la voz. Aquí nadie oyó ni vio nada, aunque lo asen al carbón. Todos saben, cual es la sentencia por traición. __ mientras pregunta sin esperar respuesta __ ¿Entendido, y está claro lo que digo?
__ No te preocupes, el que habla, le da diarrea aquí __ dice una voz de entre el grupo.
Al rato, todo el que guardaba algún vínculo con el Muerto, tenía una orden que no podía dejar de cumplir, porque sabía lo que arriesgaba en ello.
Pero nadie contaba con la salvajada intención del Comandante de la Compañía, de sacar uno a uno los detenidos, si no tenían nada que aportar, propinarles una paliza con un alambre. Además, todo el mundo conocía al Muerto y el negocio al cual se dedicaba.
A las cinco de la mañana, se pararon los arrestos pero hasta en los pasillos había personas tiradas. Las órdenes de Cuasimodo fueron cumplidas con una precisión espeluznante. En medio de todo esto, unas jóvenes muy alegres; también fueron detenidas por si tocaban alguna música en este velorio.
Vestido con traje de camuflaje, apareció Cuasimodo y preguntó al custodio:
__ ¿Separaron a los menores de los adultos?
__ No, señor __ respondió el custodio y agrega __ no hay espacio para ellos.
__ Esta bien, que los saquen a todos; los menores al pasillo y los adultos a la jaula, pero eso es ahora. Llame a todo el personal, que no quiero lío entre estos tipos.
A la velocidad de un rayo, el soldado hizo cumplir la orden y al cabo de una hora, adultos y jóvenes estaban separados.
Cuasimodo sacó un bate y se paseó por el pasillo. Sabía por experiencia que eso ablandaba a los carajitos, y como él lo movía cerca de sus cabezas en una forma muy peligrosa, a unos cuantos se les debilitaron los esfínteres y los olores a desperdicios de basurero comenzaron a flotar en el ambiente.
__ A ver __ preguntó __ ¿Quién es el primero que desea conversar conmigo en mi despacho?
La pregunta, salida de una bocaza como la de este sujeto, heló la sangre de aquellos jóvenes que en su mayoría no tenían nada que ver con el asunto, pero, por estar en el medio de curiosos y parranderos, estaban en el bote.
Dos custodios agarraron a uno de ellos, lo halaron como un saco de papa, lo metieron en el cuartucho llamado oficina. Al entrar, se meó del susto, y sin mirar dijo:
__ Yo no me meto en nada, estaba frente a mi casa y me agarraron pero no me creyeron; mi mamá le suplico que me dejaran pero no escucharon a mi mamá.
__ ¡Ah! pero hasta parlanchín es el mocoso. Mira pendejo; sí, tú estabas mamando la teta a tu madre, pero resulta que tú estabas mamando teta en la calle; y eso es pecado.
Cuando terminó la última frase, se escuchó un golpe seco y un quejido espantoso. Los que estaban en el pasillo; que no estaban impuestos a las caricias de Cuasimodo, le temblaron las canillas en los pantalones.
__ Entonces; ¿tú me dices que chupabas la teta de tu mamá? ¡No!.
Y un bate salio zumbando a las costillas del joven. En eso entra un Sargento, y al ver al tipo le dice a Cuasimodo.
__ Comandante, a éste le encontramos esto, mostrándole una bolsita. Cuasimodo mira al infeliz, ¿entonces estabas con tu mamá? y le pregunta otra vez:
__ ¿Quién organizó la fiesta esta noche? Por lo menos tú sabes algo.
Con los pantalones mojados de orines, y con un dolor de los mil demonios en las costillas, mira al que hacia los interrogatorios y dice:
__ Yo no se nada, estaba frente a mi casa y me trajeron para acá.
Una trompada suena en la habitación, el joven se desploma en el piso como fulminado por un rayo.
De nuevo se les mete un frío entre las costillas a los demás jóvenes que estaban esperando sus turnos.
Lo sacan arrastrado por los brazos y lo tiran frente a los demás.
Estos ven al joven que no tiene movimiento, y unos se paran rápidamente e intentan armar un motín; pero en fracciones de segundo, Cuasimodo, dando cuatro palos arregla el desorden. Partiendo dos cabezas, y provocando dos chichones.
A los cuatros, los introducen en la ya famosa oficina y una sola pregunta se escucha en la oscuridad:
__ Sólo quiero saber __ dice y a la vez pregunta __ ¿Quién fue el que armó el problema? El que me diga lo que pretendo averiguar, se va sin ningún inconveniente, y aquí no ha pasado nada.
Nadie dijo nada. Pero, uno de ellos abrió los ojos de una forma que fue captada por Cuasimodo. Dándole unos golpecitos a los tres restantes, dejó al joven que él creyó le estaba diciendo algo con la vista.
__ Bueno querubín, si sabes algo comienza a cantar que no estoy para pendejadas a esta hora, y he perdido parte de mi sueño mañanero por culpa de ustedes. ¿Qué tú sabes de todo esto? Si tu repuesta da dividendo, te puedes ir cuando yo lo diga.
El joven dijo medio temeroso:
__ ¿Quién me lo asegura, que me podré ir? __ hacía la pregunta, ya que no conocía a Cuasimodo.
__ Mira cabrón, si quieres cogerme de relajo, te arrepentirás de tus habladurías. Y te aseguro que te acordaras del día que tu madre te parió.
Cuando levantaba el garrote, éste dijo rápidamente:
__ Se lo diré, pero no me golpee que sólo tengo un riñón __ y levantándose la camisa mostró una cicatriz que le cruzaba el dorso.
__ Sólo sé que cuando estábamos en la jaula, uno llamado el Muerto dio la orden a otro que trabaja para él que le dicen Luís el Pata, que regara la orden de que el que hable le harán funeral. Sólo sé eso, de verdad.
__ Bueno, para que no te rompan la madre ahí afuera, y por si acaso me hablaste mentiras; tengo que hacer mi trabajo.
Gritos y quejidos salieron del cuarto del diablo y sacaron arrastrando al joven.
En horas tempranas de la mañana, Juan Francisco fue al hospital a indagar por la suerte de su secuaz. Cuando entró a la sala de emergencia, se dirigió a una enfermera que conocía, a quien pregunta por los heridos. Esta le suministró los datos deseados, y salió como un rayo para el barrio a darles los detalles a los muchachos sobre la situación del Memo.
Ellos se habían salvado de la refriega de Cuasimodo, pero eso no aseguraba nada. Además, tenían unas cuentas que ajustar con El Muerto por la faena hecha a su muchacho.
Al llegar al cuartucho, les informó a los muchachos las noticias que recogió en el hospital sobre la salud del Memo. Todavía estaba en cirugía y, de inmediato, no le aseguraban una recuperación, por toda la sangre que había perdido.
Todos asintieron en que había que buscar sangre, y Juan Francisco dijo:
__ Yo me encargo de eso. Nadie mueva un dedo, en las próximas horas, sin mi permiso. El que lo haga que se abstenga a las consecuencias, __ y dicho esto salió del cuartucho.
Regresó al hospital, y se dirigió al área de cirugía. Con la ayuda de una amiga pudo conseguir dos pintas de sangre del banco del hospital, pero esto no era de gratis. Tenía que boronear, y lo peor de todo era que la tipa le exigió pasar en horas de la noche por su casa.
Imagínese usted, “en medio de esta situación; y mira en lo que está pensando esta caraja, rumió”.
__ Todo se puede hacer, pero hoy no estoy para chulo. Lo que necesito es la sangre para el Memo.
Para los amigos del delincuente que yacía en el hospital debatiéndose entre la vida y la muerte, las horas pasaron lentas, como suero de miel de abeja. Con el agravante, que estaban encerrados en aquellos cuartuchos llamados pensiones que tenían por vivienda, sin poderse mover, según les había ordenado su jefe.
A los que tenían identificación y no aparecían o no tenían ningún parentesco físico con alguna fotografía del archivo de Cuasimodo, los fueron soltando entre pescozones y empujones. Primero los menores, y más tarde los adultos; a quienes se le aplicó la identificación por ficha. Esto así, porque ya había llegado el equipo de refuerzo de la capital.
De los interrogatorios realizados por Cuasimodo a otros de los jóvenes que se encontraban detenidos, recibió la información del suceso acontecido en los callejones, y la relación de los muertos y heridos. Como sólo había un muerto y varios heridos, para el comandante era como una batalla. Su territorio había sido violado, y eso era un sacrilegio.
Salio rápido de los que no estaban involucrados, detuvo a dos grupos; los que se les había encontrado la droga fueron enviados al departamento de narcóticos y a los de la banda del Muerto, los retuvo para su cuartel. Él sabía lo delicado de la situación y no podía darse el lujo de cometer errores.
Reducido de manera considerable el número de los detenidos y con la prensa indagando sobre lo ocurrido en el barrio, Cuasimodo tenía que apresurar las investigaciones para no caer en el gancho de las especulaciones.
La noticia de los sucesos acaecidos en las casuchas de los callejones se extendió como pólvora a través de “radio bemba”; obviamente, los medios de comunicación aparecieron, ipso facto, buscando noticias de primera plana para la prensa escrita y hablada. Los primeros en llegar al recinto fueron los periodistas del noticiero, “Los Rápidos de la Noticia”.
Recibieron del oficial del día una vaga información de los pormenores, al ver llegar al fiscal se abalanzaron sobre él para acribillarlo a preguntas. El lugar estaba plagado de reporteros.
Al preguntársele al funcionario sobre los hechos, dijo:
__ Bueno, como ustedes pueden ver, yo acabo de llegar para informarme con el Comandante sobre la situación. De igual modo, iré al hospital para interrogar a los heridos; Ya cuando tenga completado el panorama ustedes saben que este ministerio siempre estará a su disposición.
__ Gracias por venir a cubrir la noticia, y recuerden que no dejaremos que la delincuencia arrope a este pueblo.
Se desprendió de los comunicadores, llegando presuroso al despacho de Cuasimodo; que todavía tenía el bate sobre la mesa. Este se quedó mirándolo, y pregunta:
__ ¿Tú no me dirás que lo usaste con esos tipos que vi salir?
__ ¿Y tú qué crees? __ respondió Cuasimodo. __ De hoy en adelante, con esto es que voy a trabajar en esta zona. Pero dígame, Señor Fiscal, quiere saber la verdad o sólo vino a ver cuantos hemos despelotado hoy.
__ Déjate de pendejadas, Cuasimodo, y dime qué me tienes.
__ No te desesperes, aquí hay trabajo para rato. Estamos dejando para último a los que armaron el zafarrancho. Ya tenemos una idea. Un amigo nos ayudó y dijo que colaborará con nosotros en el barrio.
__ ¡Ah bueno! eso yo llamo, eficiencia __ dijo con sarcasmo.
__ No seas pendejo; que de eficiencia no hay nada. Hay un muerto y varios heridos por no hacer bien las cosas. Si me hubiesen mejorado las condiciones para hacer un buen patrullaje cuando se lo pedí, esto no hubiera pasado.
__ Dejémonos de mojigata. Aquí todos sabemos lo que ocurre en esta zona. No nos hagamos los santos o los pendejos, ¿Entendido?
__ Espérate, espérate, entre nosotros no hay ninguna disputa; el pleito es contra todo esto y la corrupción que hay ahí afuera.
__ Tienes razón, en eso estoy contigo __ dijo el fiscal __ Después que tú acabes tus interrogatorios, me lo pasa. Mientras tanto iré al hospital.
__ ¿Cómo a qué hora es eso? __ pregunta al final.
__ No sé __ respondió Cuasimodo __ Yo te llamo.
__ Está bien.
Y saliendo, rápidamente, del recinto militar, el Fiscal se dirigió al hospital.
Ese lunes había sido diferente para todos en la zona. Las patrullas de Cuasimodo estaban como los granos de habichuela, en todas partes.
Ya nada sería como antes para los delincuentes. Pero para las personas trabajadoras y honestas que el destino llevó a vivir en esa zona, la presencia de los mismos era una bendición.
Una de estas personas era María Celeste, que pensaba; “muy atinadas las medidas tomadas por quien fuera” para calmar el barrio. Y, más aún, con los hechos acaecidos en la madrugada del domingo.
La vida tenía que continuar y, en todas partes, las personas comentaban lo ocurrido. Cuando los agentes veían a un grupito hablando, como de costumbre, sobre lo sucedido en las esquinas; les pedían que regresaran a sus casas.
Como muchos de los detenidos ya habían sido liberados, cuando regresaban a sus casas contaban con exhalación la forma brutal como trataban a los detenidos el comandante Cuasimodo en su oficina. Pero muchos ciudadanos se alegraban del trato, ya que la delincuencia estaba a la orden del día en el sector.
Otros decían que se violaban los derechos humanos de los arrestados. En esta última acusación se establecían discusiones entre los vecinos. Los que recibieron las caricias de Cuasimodo, incluyendo a los dos soplones, sólo atinaban a decir que a ellos los trataron de maravilla.
Y es que, cuando eres apaleado y hablas te va peor que con la mili. Y eso lo sabe todo el mundo.
La Mulata llegó temprano a su trabajo, y por lo que decían los noticiarios radiales era sabido por todos, lo sucedido su barrio.
El Licenciado llamó y dijo que cancelaran todas sus citas de la mañana, ya que iría a la oficina después de las tres.
Esto ayudó a los tres empleados quienes vieron la gloria, por lo menos, en las horas calurosas de ese desagradable lunes para mucho.
El Licenciado había recibido la llamada de un sujeto, bien temprano, y la conversación había sido corta, pero aparentemente importante para él.
Cuando salió de su casa, ya tenía una ruta establecida para las horas de la mañana. Tenía que ir al hospital y ver qué se podía hacer por su sicario; que se encontraba en el quirófano.
Mientras tanto, su mujer Sol se despejaba en la cama. Se pasaba las manos por su cuerpo y pensaba:
__ Sol, todavía tienes vida. Mira cómo te dejó el potro salvaje. __ se dijo con alegría.
Agotada, y con las marcas de la espuela que aun quemaban en sus entrañas, se estremecía recordando los placeres vividos.
* * *
Muy discretamente se presentó el Licenciado en el hospital. En su condición de abogado, preguntó por los heridos; en eso, y con mucho disimulo, se le acercó Juan Francisco y le dio cuenta de los hechos acaecidos esa madrugada, según el informe que recibió del responsable de los enfermos en estado de gravedad ingresados en el hospital.
__ Mire, señor abogado __ le decía el rufián __ ese muchacho está solo y no tiene a nadie. ¿Usted puede encargarse de las investigaciones y defensa del mismo?
El abogado respondió:
__ Sí, es posible hacer eso. Esa es una de las obras altruistas de mi bufete.
__ Que Dios se lo pague, Licenciado __ respondió el rufián.
Esto fue bien acogido por los parroquianos.
__ Y ¿quién hizo esta burrada? __ preguntó el abogado.
__ No sabemos, pero en la Comandancia hay un grupo de detenidos.
__ ¡Ah! __ exclamó el Licenciado. Tendré que ir ahora para enterarme de los pormenores.
__ Mire, ¿usted es pariente del herido?
__ No. Pero somos buenos amigos. Dígame en que le ayudo.
__ Cuando se despierte llame a este teléfono.
Extendiendo una tarjeta de presentación, dejó convencido a todo el mundo de lo noble de su causa.
Llegó presuroso a la Comandancia. Preguntó al oficial de guardia por Cuasimodo.
__ Ahora mismo lo llamo, Licenciado.
Mientras esperaba, miraba a su alrededor, y escuchaba las conversaciones de los presentes sin mezclarse en ellas. Esto le dio un panorama de la situación en el cuartel. La llegada de Cuasimodo lo sacó de sus pensamientos.
__ Saludos, Licenciado. __ ¿En qué le puedo ayudar?
__ Soy abogado, no constituido, de uno de los heridos y quería detalles de la información sobre los hechos acontecidos.
__ Bueno, tenemos algunas ideas. Pero no son concluyentes en este momento.
__ Creemos que ya casi daremos con el cabecilla. Téngalo por hecho. __ le dice con mucha seguridad el Comandante.
__ Si usted lo dice, lo creo Comandante. Puedo venir más tarde por una copia del reporte.
__ Desde que informemos a nuestros superiores, no habrá problema.
__ Mire, Comandante, esta es mi tarjeta, guárdela.
__ Así lo haré, Licenciado.
Cuasimodo, hombre de gran experiencia en el trato con todo tipo de personas, se sonríe y juega un momento con la tarjetita de presentación del Licenciado. Trata de exprimir un poco su cerebro recordando en qué lugar es que ha escuchado el nombre del Licenciado; menea la cabeza de derecha a izquierda y se aleja a terminar con todos los trabajos que tiene pendiente de ese día.






Capitulo IX
El muerto


El Muerto se preguntaba y maldecía de su suerte. Al ver que sólo quedaban unos pocos en la celda, tomó por una mano a uno de sus secuaces.
__ Mira, llama al guardia que está ahí, y pregúntale qué hay con nosotros.
__ ¡Pero tú estás loco! __ le contesta el otro.
__ ¿No ves que todo el que jalan lo fuñen?
__ Sí, pero hay que preguntar.
__ Está bien.
__ Comando, Comando.
__ ¿Qué carajo quieren ustedes ahora?
__ No, mi Comando, sólo es saber qué pasa con nosotros.
__ Pero, ¿y ustedes no lo saben? Coño, pero qué pendejos son, __ le contesta enojado el comando de turno. __ Ustedes, partida de idiotas, son presos. Como ya aprendieron lo que son, los dejos solos.
__ Sí, mi Comando, todo idiota sabe que somos los presos. Pero usted podría decirme el motivo.
__ ¡Ah! quieren saber el motivo. Esperen que llame al Comandante. E hizo el intento de alejarse. Un grupo le gritó en voz baja.
__ Espera, espera que no te irás mal si nos averigua qué pasa.
__ Está bien, ahora hablan claro — le contestó con una sonrisa de satisfacción. Déjenme ver que hago.
__ El guardia se dirigió al puesto del oficial del día y le contó lo de los presos.
__ Sí, muy bien, pendejo. Déme diez pollitos por estúpido. Cuéntelos en voz alta y que todo el mundo lo escuche.
El guardia cumplió su castigo y regreso a su puesto.
Los presos no dijeron nada. Sólo se miraron en silencio.
Al rato, llegó el sargento Pérez Cuevas, y abriendo la puerta grita.
__ Mario Pérez Sánchez.
Nadie responde.
Grita otra vez el nombre, con más fuerza en la voz.
Y nadie responde. Los nervios estaban de punta.
__ Dice en voz alta: bueno, cabrones, se lo ganaron.
Los diez presos fueron sacados y amarrados en fila. Cuasimodo, con una cédula en la mano, pasó revista a su tropa.
Se paró frente al Muerto y le dijo:
__ Bueno, precioso, dime cómo te llamas.
El muerto responde: Juan José Sánchez.
__ ¡Ah, caray! Entonces este es Mandrake el Mago.
Le dio una bofetada al Muerto que cayó al suelo y rehiló como un trompo.
__ Metan a todos estos maricones a la jaula que Mandrake quiere hablar conmigo.
A una señal suya fue arrastrado el Muerto a la oficina de Cuasimodo.
__ Bueno, bueno, señorita, veamos como anda de cojones.
Le propinó una patada entre las piernas, de lujo. El Muerto cayó como fulminado por un rayo.
__ Pero si no tiene cojones para aguantar una caricia. Veamos si aguantas un buen rato.
Con una mano le atrapó las bolas, y lentamente las apretaba. El Muerto fue cambiando de color según le oprimía.
De sus labios no salió un quejido. A Cuasimodo, esto lo enfurecía como un diablo.
Apretó más al infeliz, pero tampoco obtuvo repuesta. Después de un rato, el Muerto, que tenía temple, le dice.
__ Viejo, ¿aguantas tú tanto como yo?
Esto lo dijo cuando por sus mejillas corrían dos lágrimas producto del dolor indescriptible que sentía.
Cuasimodo, un poco curioso, mira al reo como un bicho raro.
Le responde lentamente al preso.
__ Ya veras muñeca si yo aguanto. Pero, dime algo antes de tu repuesta. ¿Por qué ordenaste la balacera?
__ No sé, quería un poco de diversión, creo __ dice con una voz muy apagada.
__ ¡Caray! Pero si hasta sentido del humor tienes.
__Así es Comandante — le contesta privando en fuerte, como realmente lo era.
Una nueva trompada fulminó al Muerto en la silla. Con una cubeta de agua lo despertaron.
En este momento hace su entrada el ayudante del fiscal.
__ Pero ¿se está volviendo loco, Comandante? __ eso no se puede hacer en estos días.
__ ¡Oh, sí!, ¿No se puede hacer? Espero que los próximos muertos sean de su familia. No sea pendejo, abogado, que éste es el cabecilla de todo esto. ¿Usted piensa que es un santo? Cuando salga de aquí irá a terminar su trabajo. Recapacite __ le dice, poniéndose un dedo en la sien y mirando al fiscal.
__ Pero, Comandante, hay que tener pruebas.
__ Sí, es cierto pero con gentuza de este tipo no se tiene clemencia.
__ Recuerde, Comandante, las apariencias. Estas, hay que guardarlas.
__ Mire, abogado, ya estoy harto de todos ustedes y sus leyes. Este es el culpable intelectual. Los demás, uno está muerto y dos están en el hospital. Esto está claro; pero necesito hacerle saber a este tipo que tiene que dejar mi territorio cuando salga.
__ Esta bien, Comandante, usted gana. __ dice el fiscal con cara de resignación.
__ ¿Cuándo termina el interrogatorio?
__ En un momento abogado, en un momento.
El Comandante era hombre de coraje y le dice al reo:
__ Si te libras de ésta, yo personalmente iré a tu cuchitril y arreglaremos cuenta. Me escuchaste, cucaracha.
__ ¡Muy bien, mi General, muy bien!
Y aparentando dar la espalda, le suelta tremenda bofetada que le parte los labios en dos.
El reo solo exclama:
__ ¡Dame duro, pendejo!, que sólo amarrado puedes hacerme esto. Tú crees que de hombre a hombre te atreverías, ven coño y hazlo otra vez, ven, ven.
Un nuevo golpe calla por unos minutos al reo; que desmayado por el castigo dobla la cabeza en la silla donde lo tienen esposado.
Cuasimodo, incomodo porque el Muerto le salió duro, manda a que lo retiren del cuarto de investigación y lo pongan en una celda especial que tenían para delincuentes peligrosos.
* * *
La mañana camina lentamente. Doña Sol está contenta, y se levanta con muchos bríos. Se toma un buen vaso de leche y una tostada dietética para guardar la figura.
Llama a la encargada del servicio y le pregunta:
__ Haz visto a Darío por ahí.
__ Sí, señora. En este momento está regando las flores que se plantaron el miércoles en la mañana.
__ Está bien, cuando termine mándelo a que pague el teléfono y el cable; no me gusta dejar esos compromisos para muy tarde.
__ Pero, señora, eso lo hacen en la oficina.
__ Sí, es cierto, que le lleve los recibos a la contable de mi esposo. Gracias, por todo, puede marcharse.
Una hora después, Darío llegó a la oficina del Licenciado. Nunca había tenido tratos ni cruce de palabras con María Celeste. Al verla, parece que una química especial o un embrujo de esos que actúan de forma extraña se cruzó entre ambos. Se podría decir que, a primera vista, la química magnética de ellos era la ideal.
Ninguno sabía que esto representaría un peligro para ambos en el futuro, y más con una mujer como María Celeste, que ya estaba metida en problemas con el Licenciado, y que tenía al granuja de Juan Francisco detrás de ella.
__ ¡Buenos días, señorita!
__ Saludos, joven, en qué le ayudo.
__ A mí, en nada, pero esto es para la encargada de contabilidad. Se lo manda Doña Sol.
__ Está bien, ¿Cómo dijo que se llama?
__ Creo que no he dicho como me llaman __ contestó con un hablar muy pausado, para luego agregar:
__ Pero para satisfacer su curiosidad, soy Darío.
__ Y yo soy María Celeste.
__ Eso está bien __ le dijo con una mirada de reojo. Por una milésima de segundos, ambos pensaron en lo mismo, pero solo sus ojos fueron los que dijeron todas las palabras.
Él, extendiendo la mano, se despidió, cuando salía, dio vuelta y le dijo:
__ ¿Te gusta el cine?
__ Sí __ contestó ella con rapidez y curiosidad.
__ Eso esta bien __ respondió con la misma mirada en sus ojos.
__ ¿Qué, me invitas o es sólo una pregunta?
__ Simple curiosidad.
Y con un ademán de mano se alejó de aquel lugar que, sin proponérselo, marcaría para siempre su vida.
Mientras tanto, en la Fortaleza, solo quedaron a aquellos a quien les fueron incautadas las porciones de droga y al Muerto; el resto fue dejado en libertad y cada uno regresó a su lugar de trabajo, que no era otro que el de vender drogas para el susodicho.
Juan Francisco estuvo atento de la evolución de su secuaz y, después de la operación, éste fue ingresado a la sala de cuidados intensivos.
En la mente del gángster estaba la venganza. Pensando en esto, llamó a su pandilla y planificaron para esa misma noche su trabajo.
__ Miren y escuchen bien, todos, porque no lo voy a repetir. __Dice Juan Francisco, __ ¿Tienen cada uno sus hierros y píldoras?
__ Sí __ respondieron a coro.
Entonces prosigue:
__ Esta noche vamos a devolverle al Muerto el favor. Pepe, tú eres responsable del Gordo, pero sin mucha bulla. Pedro José, tu trabajo es averiguar cómo se puede entrar en horas de la noche al hospital, y si hay que dormir a alguien, hazlo; pero el pendejo que está adentro no puede salir caminando. ¿Escuchaste bien? __ le pregunta con ahínco para demostrar su autoridad. __ Lo mío es el local del Muerto. Tendrá que mudarse o vivir en la calle.
Todos miraron a Juan Francisco. En la mente de cada uno estaba fresco lo ocurrido la noche anterior.
El Pepe le dijo:
__ ¿Tú no crees que el Comandante tendrá a sus hombres patrullando en las calles? Yo creo que es muy arriesgado, no tengo miedo; pero eso no quiere decir que no haya que tomar precauciones.
__Pepe, en eso tienes razón. Pero yo no le estoy diciendo que vayan por ahí, y comiencen a tirar como locos. __ ¿No es así?
__ Mira, Juan Francisco, démosle unos días para que el tal Cuasimodo guarde sus perros.
__ Tienen que estar bien encajonados, porque es trabajo extra que el Muerto le ha dado.
__ Tú bien sabes que la zona hay que enfriarla. Eso no quiere decir que no arreglemos esto con él. No te desesperes.
Juan Francisco se queda mirando a Pepe y dice:
__ Déjenme hacer una llamada.
Al cabo de un rato, regresó y dijo:
__ Está bien, dentro de una semana lo que hemos planificado hoy, se ejecutará. Que no se hable más de esto.
El Licenciado regresó a su oficina después de la hora del almuerzo, se entretuvo revisando unos papeles; cuando chequeo el reloj, ya pasaban de las tres de la tarde.
Hacia un calor infernal en la calle pero la aclimatación del local lo hacia sumamente agradable para los que pasaban allí, día a día, una buena parte de su vida.
__ María Celeste, venga un momento, por favor.
__ Enseguida, Licenciado.
El corazón le dio un salto, ya que, de ahora en adelante, ella suponía otro trato hacia su persona, y un aumento de sueldo por parte del Licenciado. Pero la vida tiene sorpresas, y veremos ahora cual fue la de la muchacha.
__ ¿Quién fue que llenó este informe de la cuenta del supermercado? Esta lleno de errores, y no lo revisaron. Usted tiene que revisar todo lo que hagan estos brutos que hay aquí. Si mandamos este documento con estas faltas, ¿sabe usted lo que perdemos?
__ Me lo supongo; pero no tengo control en lo que hacen los abogados ayudantes suyos.
__ Desde ahora en adelante, esa es su responsabilidad.
__ Está bien, Licenciado __ y agrega __ como usted ordene.
__ Espere, llame a todo el personal, incluyendo a los abogados auxiliares.
Ella se dispuso a llamar a todo el mundo, en cuarenta y cinco minutos había una reunión con el personal de la oficina. El Licenciado explicó las equivocaciones cometidas en el informe y las consecuencias que podría ocasionar la presentación de informes con errores a los clientes, ya que esta práctica mostraba incapacidad y descuido en el manejo de las informaciones que presentaba el bufete.
Después de la exposición, dijo:
__ Desde hoy un equipo encabezado por María Celeste y Andrea, se encargaran de revisar los informes antes de llegar a mi despacho, espero que todos colaboren en esto. Gracias, por su tiempo.
Así terminó la famosa reunión con el Licenciado. Cuando la secretaria se disponía a salir, éste le dijo:
__ Señorita, quédese un momento.
Esta lo miró muy fijamente y notó que, en ese instante, no era el jefe el que hablaba, sino el hombre cabrío.
__ Cierre la puerta, por favor. Deseaba estar junto a ti desde que llegué.
__ ¡Ay, míralo a él! Pues parece que no, porque sólo has dado ordenes y boches.
El la tomó por la cintura y le acaricio el cuello, lentamente. Fue rozando ligeramente la piel, la cual se iba ruborizando y ella sintió como por dentro corría la adrenalina.
__ Licenciado, dejemos este juego. Pienso que es jugar con dinamita y fuego. Esto no combina y explota. Usted sabe de esto más que yo.
__ No te preocupes, déjame los peligros a mí y disfruta la buena vida.
Mientras tanto una mano del Licenciado había corrido por la cadera de la muchacha y agarraba fuertemente una de sus nalgas firmes y hermosas.
__ ¡Hey! No tan fuerte que me deja moretones, bruto.
Le dijo suavemente:
__ No te preocupes por eso, si se te hacen; seré el único que los vea. __ ¿No es así?
__ Pues claro __ le contestó con una agradable sonrisa.
La acostó en el sofá y, como cualquier golfa, le hizo recordar sus mejores momentos de colegiala.
No resultó extraño para el personal que María Celeste se quedara hablando en el despacho con el jefe. Todos asumieron que estarían conversando sobre las nuevas instrucciones y responsabilidades que ella asumiría desde esta tarde.
Cuando salió, sus compañeras le felicitaron pero Andrea le dijo:
__ Mira, sólo me basta decirte lo que la experiencia me ha enseñado hasta hoy. No eres la primera que le dan funciones especiales. Lo malo es que hay que pagar el favor. Espero que en tu caso no sea así. De todas maneras, tienes en mí una colaboradora a tiempo completo.
__ Eso espero __ le dice con disimulo. No te preocupes, Andrea, serás desde hoy mis ojos donde no los tenga. Sabes, como yo, que al Licenciado hay que jugarle limpio y claro. Es por esos juegos pesados que tiene.
Desde ese día las dos mujeres se llevaron bastante bien, pero cada una comenzó a pensar como deshacerse de la otra. Cuasimodo, como zorro viejo, había ordenado patrullajes en todo el sector por temor a las represalias de la otra pandilla.
Las detenciones normales se efectuaron, como de costumbres, para el chequeo de fichas al día siguiente.
El Muerto seguía preso por orden superior, que no era otra que la de Cuasimodo.
Él grita desde su celda:
__ Coño, perros, ¿no piensan que aquí hay gente? ¿Me van a dejar morir, pendejos?
__ Cállate que no deja dormir __ gritó un recluso de otra celda.
Pero el Muerto estaba tejiendo un plan macabro que lo iba a poner en ejecución, inmediatamente, lograra salir del infierno en que se encontraba.
A eso de las ocho de la noche sacaron al Muerto, lo metieron entre otros presos, y como si todos estuvieran de acuerdo, le dieron una paliza tremenda que hubo que llevarlo al hospital.
El informe decía de forma escueta. “Golpeado en riña entre presos”
A si fue mandado al fiscal, que al otro día tomó la decisión de darle la libertad.
Antes de soltarlo, y en presencia de Cuasimodo, el fiscal le dijo:
__ Escucha bien lo que te vamos a decir. Si armas otro jaleo, o sospechamos que estás metido en algo raro, no habrá juicio para ti. ¡Ya estás sobre aviso!
Y haciendo un ademán, Cuasimodo agregó:
__ Mis hombres tienen la orden de dar las respuestas pertinentes a tus preguntas. Todo depende de ti. ¿Está bien claro?
El Muerto, sabiendo que estaba entre dos leones que deseaban verle muerto, dice:
__ Espero no regresar jamás, no me gustó ni el trato ni la estadía de su hotel. No se preocupen tanto por mí, ya estoy grandecito.
El fiscal responde:
__ Tú lo has dicho, eres grandecito, ya sabes.
__ No más visitas por aquí.
Con un ademán de Cuasimodo, las esposas le fueron retiradas y pensando en el dolor que sentía en las costillas y el labio prefirió callar, y salir en bola de humo de aquel lugar.
Mientras caminaba por la acera quebrada por el tiempo y la poca atención Municipal, el Muerto cavilaba sobre sus futuros planes delincuenciales en el barrio.
Como araña en su tejar iba dejando bien claro cuáles eran sus puntos a reforzar en su estrategia, y como machacar a quienes les combatían en su propio territorio.





Capitulo X
Garabatos de la vida

Los departamentos de investigación no habían adelantado nada en lo relacionado con las muertes del colmadón, porque quienes perpetraron el hecho habían actuado con una profesionalidad asombrosa. Esto dio como consecuencia que se dedicara un personal de inteligencia para determinar la vida de los que visitaron el lugar esa noche.
Cuasimodo llamó a Pérez Cuevas, y le dijo:
__ A ver, dime ¿qué me tienes del grupo adversario del Muerto?
__ Nada, mi Comandante, en materia de venta de drogas el Muerto trabaja sólo con su pandilla.
__ Parece que, en la requisa, uno que estaba presente tomo algo que no le pertenecía, y ese fue el móvil de la balacera horas más tarde.
__ ¿Estas seguro?
__ Sí, mi Comandante. Pero hemos visto algo medio raro entre el Licenciado que vino aquí y un individuo jefe, de uno de esos grupos.
__ ¿Estás seguro de lo que dices?
__ Sí, mi Comandante.
__ ¿Cómo podemos confirmar tus sospechas?
___ Bueno, nos adelantamos a su inquietud y tomamos algunas fotos.
Ya se están revelando.
__ ¡Al fin! usaron el cerebro para algo y no me dejaron todo el trabajo a mí. ¿Sabes? ese Licenciado me pareció muy sospechoso.
__ ¿Cómo así, mi Comandante?
__ No me gustan los leguleyos que quieren pasarse de listo, y este es uno de ellos, por eso no le puse mucho asunto a su perorata.
__ ¿Le montamos una?
__ No __ le dijo __ pero ya tenemos pista del cuello blanco detrás de todo esto.
__ Como usted mande, Comandante.
En otro lugar de la ciudad, al mismo tiempo, se desarrollaba una interesante conversación entre el Muerto y dos de los suyos.
__ Todo el mundo tiene que estar frío por unos días.
__ ¿Cómo es eso, Muerto?
__ Como lo oyen todos. Quiero tranquilidad total y no deseo sobresaltos a destiempo. --Están sobre nosotros, y hay que estar quietos. --Los que necesiten envenenarse con la porquería que vendemos, aquiétenlos por dos días. Que compren en otro lugar. Hay que estar mosca.
__ ¡Coño, Muerto, te atendieron bien!
__ ¿Y tú piensas que esto es algo comparado con lo que viene? Pero por ahora, todos tranquilos hasta nuevos órdenes.
Todo el mundo tenía deseos de estar quieto. Pero en las actuales circunstancias, la dependencia de los adictos del Muerto era muy grande, y él no contaba con la violencia que estos pudieran desatar.
Por eso se fue a ver a un doctor, amigo; que era cocainómano para que le chequeara los golpes recibidos en el interrogatorio: además para que le diera información de su muchacho herido. Del que falleció no le interesaba saber nada era un soldado de desecho.
Ese día por la tarde, María Celeste llamó a su tía, comunicándole que se quedaría a dormir donde su amiga, por tal razón no iría hasta el día siguiente por la noche. Su argumento fue los problemas del barrio y la zozobra que mantenía a los parroquianos al borde de la locura.
Ya en el apartamento de su amiga, le dice a ésta:
__ Thelma tengo problemas con mis sentimientos, las ideas sobre los mismos y los hombres que me rodean.
__ ¿Qué me dices, Mulata?
__ Lo que escuchaste. Mira, el Licenciado me quiere coger como parte de su desahogo, el que viste; Juan Francisco, anda como perro baboso por mí; hoy conocí a uno que trabaja en la casa del Licenciado que me dejó, sin tocarme, hecha aguas.
__ ¡Coño, y está tan bueno!
__ Bueno chica, está como caramelo en navidad. Yo no sé cómo lo aceptaron en la casa del Licenciado. __ La señora debe de estar que se relame los dedos mirando al pollo.
__ Ay, no me sigas dando tantos detalles que se me paran los pelitos. Mulata, ¿tienes el teléfono de la casa del Licenciado?
__ Sí __ y lo busca en la memoria de su celular.
__ ¿Te atreverías a llamar al pimpollo ese? __ pregunta con malicia.
__ Estás loca, mujer.
__ ¿Y a Juan Francisco?
__ ¿Qué? Te lo quieres cargar. Creo que estás loca __ repite. Mira que el gringo ese puede venir en cualquier momento, y darte un susto.
__ Que susto ni susto. Vive la vida mi negra, que nada más es una, y hay que disfrutarla.
__ Bueno, vamos a ver qué inventamos para llamar.
__ Mientras las dos muchachas planean cómo satisfacer su apetito sexual, el grupo de Juan Francisco visitaba a Memo en el hospital quien salía de cuidado intensivo.
__ Dímelo, loco, te salvaste de ésta.
__ ¡Hey!, ustedes ahí.
__ No le pueden hablar al paciente dijo una enfermera en voz baja.
__ Si desean continuar tienen que hacerlo en silencio, ¿está claro?
Todos asintieron con un ademán bien conocido de las manos. Estuvieron en el hospital hasta que terminaron las horas de visitas. Cosa paradójica, los malhechores tenían sentimientos entre sí, y más cuando estaban heridos o enfermos.
Al salir del hospital, Juan Francisco le dijo que iría a visitar a la Mulata, que adelante se verían en la casa. Forma muy decente de llamar al cuartucho donde realizaban las reuniones.
Al llegar a la casa de ella, preguntó por la Mulata.
__ Mire, señor, ella no viene hoy.
__ ¿No?, qué raro __ dijo con una cara de extrañeza
__ Es que se quedó con una amiga.
__ ¡Ah!, ya sé, con Thelma.
__ Sí, con esa misma.
__ Muchas gracias __ y se despide con un gesto de agradecimiento.
Raudo partió rumbo a la casa de Thelma.
Al llegar, amarró la moto con los candados de rigor, por los ladrones que tenían la zona azotada con los robos. Subió como centella los peldaños de los tres pisos y toco la puerta.
__ ¡Saludos!, ¿cómo están ustedes?
Fue la repuesta de él al abrirse la puerta.
Sorprendidas por la llegada inesperada de Juan Francisco, reaccionaron como veteranas, le invitaron a pasar al interior del apartamento.
__ ¿Cómo te enteraste de que estábamos aquí?
__ Nada, fui por tu casa y me dijeron que te quedabas con una amiga, deduje que este era el lugar.
__ ¡Interesante! __ respondió Thelma. __ Bueno, ¿y qué le brindamos a tan importante visita, Mulata?
__ Yo no soy la dueña de casa, yo también acabo de llegar cariño.
__ ¿Te gusta el vino?
__ Si es dulce, mejor.
__ Mírenlo, hasta catador es.
Y todos rieron de la ocurrencia de las mujeres. El ambiente era muy bueno, la botella de vino se fue reduciendo lentamente durante la conversación trivial que sostenían, donde las miradas de los tres se cruzaban; todos se dieron cuenta de que no había inhibiciones entre ellos.
__ ¿Cuál es la fantasía de ustedes que no han podido realizar?
__ Depende de lo que uno quiera __ respondió Thelma.
__ Bueno, eso también depende de la persona que esté con uno. __ dijo la Mulata.
__ Pero, ¿qué desean ustedes como fantasía, que no se ha concretado? __ insistió él.
__ Juan Francisco, te digo que depende del tema en cuestión.
__ Por ejemplo, si es en materia de lo concreto, me gustaría tener una buena casa, un carro, dinero: en fin cosas por el estilo ¿Me entiendes?
__ Yo creo, dice la Mulata, que todo es según el cristal con que se mire. __ Todos deseamos lo que Thelma ha dicho. Pero también añoramos cosas espirituales, gustos y fantasías. Como todos los seres humanos.
__ Pero y tú hombre, ¿Cuál es tu fantasía, ya que tanto insistes en eso?
__ ¿Yo? Lo mío es el día a día, no pienso en el futuro, eso es demasiado complicado; y más como uno vive ahora. Pienso en mujeres y el sexo. No hacer el amor con una, y ya. Sino con dos y durante toda la noche.
Las mujeres se llevaron las manos a la boca y entre risas, producto de los efectos del vino, atinaron a decir.
__ ¡Niño, que agalludo eres!
__ ¿No piensas que exageras demasiado?
__ No mujeres, mi motor es de alto cilindraje y de fondeo.
La conversación prosiguió sobre el mismo tema, ya iba una botella y en camino de descorchar la segunda.
En ese instante, mientras destapaban la segunda, Thelma hizo un movimiento muy sensual y fue el detonante para que comenzara una orgía donde los sentidos de los tres se desparramaron por doquier.
Previo, y con su segunda intención, Thelma puso una música suave y corrió las cortinas para evitar la mirada de curiosos de los apartamentos de enfrente.
Cada uno hizo lo suyo, y el joven demostró por qué era su fantasía.
Durante horas los tres se entregaron a la lujuria y las caricias sin tabúes ni cortapisas.
Como a las dos de la mañana, se da terminada la fiesta y dejó a las mujeres durmiendo y partió del lugar tan silencioso como llegó.
A eso de las seis de la mañana, Thelma despierta y ve que está muy cerca de su amiga y contempla su cuerpo desnudo; la toca suavemente con los dedos. María Celeste se despierta y mira a Thelma.
__ ¿Estábamos locas o deseábamos esto? __ le dice con malicia y deseo.
__ Pienso que todos deseábamos probar esta fantasía que no la expresamos, pero que la tocamos en nuestros pensamientos.
__ Sí, creo que es así.
__ Sabes, Mulata, disfruté esta experiencia y puede ser que en el futuro la repitamos.
__ Yo también pienso lo mismo.
__ ¿Te acuerdas que en el liceo tocábamos este tema y nos reíamos a carcajadas?
__ Sí, lo recuerdo y pienso en la muchacha aquella que una vez me lo propuso, pero yo tenía miedo.
__ ¿Cuál de ellas?
__ La que parecía rara.
__ Sí, ya me acuerdo.
__ Mulata, ¿Te gustó toda esta locura? __ le dice a María Celeste con una voz acariciante.
__ Thelma, a decir verdad lo disfruté, pero no sé si me gustaría repetirlo con él.
__ En eso estoy de acuerdo contigo.
__ Que te parece el pimpollo que trabaja en la casa del Licenciado.
__ A no, con ese más de una vez.
__ María Celeste miró el reloj y exclama.
__ Diablos, ya son las siete y yo hablando pendejadas.
__ Bueno, coordina los contactos para el fin de semana, volvamos a vivir la vida loca.
__ Trataré de ver si es posible.
El tiempo volaba y la Morena se preparaba para ir a trabajar después de pasar un día bien agitado, en lo referente al sexo. Primero fue el Licenciado y más tarde en la noche, la orgía de sus fantasías.
En el patio de la fortaleza, Cuasimodo salía a ver el trabajo de sus hombres durante la noche. De esa forma no se le escapaba nada, además tenía por ahí unas armas que habían quitado en el operativo anterior.
Llama al oficial del día y pregunta:
__ ¿Qué novedades hay hoy?
__ Mi Comandante, hay unos tres por robo, dos por riñas y cinco por posesión de drogas.
__ ¿El Fiscal? ¿Lo llamaron?
__ Sí, mi Comandante.
__ Sácame los de riñas a ver qué se puede hacer por ellos.
__ Sí, señor.
Sacaron a los infelices. Cuasimodo se queda mirando al par de sujetos y preguntó al oficial.
__ ¿Con qué estaban peleando este par de estúpidos?
__ Con esto, mi Comandante __ mientras le enseña dos cuchillos.
__ Los tomó en las manos, mira fijamente a los sujetos y les dijo:
__ ¿Ustedes ven ese patio que hay delante de ustedes?
__ Ellos miraron y asintieron con las cabezas.
__ Pues tomen.
Le retorna las dos armas blancas usadas en la riña, y le dice:
__ Espero que sean lo suficientemente inteligentes para que se maten de día y así terminamos esto.
Ambos rechazaron tocar los cuchillos que le entregaban y retrocedieron como si vieran al diablo.
__ ¿Pero ustedes anoche querían matarse y, hoy no? __ De verdad que no los entiendo.
__ No, tampoco yo entiendo a estos dos hombres, Teniente.
__ ¿Se van a matar, sí o no? Decídanse.
__ Comandante, excúsenos lo de anoche, son cosas de vecinos por muchachos y unos tragos. __ ¿Usted nos entiende, Comando?
__ Coño, cómo voy a entenderlos, si hoy no se quieren matar como anoche.
__ Ustedes se van a matar, y es una orden. Amárrenlos en medio del patio y espero que cojan cabeza.
El Teniente los amarró en medio del patio, y le puso a cada uno su cuchillo; pero inmediatamente los soltaron. Así duraron hasta las doce del mediodía.
Cuasimodo regresaba de la calle y al ver la escena sé hecho a reír; y ordenó la libertad de los dos infelices con la siguiente advertencia:
__ Miren coño, no pongo en duda de que sean dos hombres de familia, pero si los vuelvo a ver en esto; los castro yo mismo.
__ Se me largan de mi fortaleza.
Los dos pobres diablos salieron como alma que lleva el demonio, juraron no poner un pie en la fortaleza de Cuasimodo ni por todo el oro del mundo. Mucho menos por pleito de muchacho.
En la oficina de María Celeste las cosas tenían su ritmo normal; desde temprano el Licenciado llamó y dijo que no iría a la oficina ese día, y se trasladaría al interior por asuntos de trabajo.
Doña Sol, de quien nos habíamos olvidado, ese lunes había tenido una conversación con su nuevo juguete sexual, veamos:
Dice ella muy segura de sí mismo:
__ Escucha muy atento Darío, y espero que aprendas lo que te voy a decir. Tienes que estar presentable para cuando yo te necesite y quiera salir contigo para que me sirvas de acompañante.
Prosigue en su perorata.
__Cuidado si aceptas algún regalo de las arpías que me visitan. Lo que desean es estar o disfrutar de un momento y eso no lo consentiré. Si cualquiera de ellas viene a visitarme, sólo estarás presente si yo te lo pido.
__ ¿Comprendes bien esto?
Él movía la cabeza asintiendo.
__ Bañado y aseado todo el tiempo, aunque corte las hierbas. Eso es todo.
__ ¿Puedo decirle algo a la señora sin ofenderla? __ dice casi suplicando.
__ ¿Y qué me deseas decir?
__ No, nada muy importante; pero pienso que debo tener algún derecho sobre mí, supongo.
__ ¿Y quién te dijo que pensarás?
__ No, nadie, pero soy el objeto de sus preocupaciones.
__ Bueno, está bien, habla.
__ No me pongas cortapisas; que yo sé cuál es mi papel en este juego. Aquí todos jugamos con candela. ¿Me escuchó bien? __ Además, no se preocupe la señora, yo sólo tengo ojos para usted y nada más, en esta fortaleza.
__ Cuidado con tus palabras, alguien nos puede oír y no deseo que eso suceda por ahora.
__ No se apure, eso no sucederá sé cuidarme.
__ Más te vale.
Así terminó el pequeño diálogo entre estos dos tórtolos, y cada uno siguió jugando su papel. Él de perro y ella de amo.
En la mente de la Mulata, ya carcomida por la curiosidad, estuvo el gusanito de la idea de Thelma; de invitar a Darío a su apartamento, y como nada se perdía, tomó el teléfono y llamó a la casa por el número del servicio.
__ Saludos, con Darío, por favor, es de la oficina.
__ Un momento, por favor __le contestaron.
__ Darío, te llaman de la oficina.
__ ¿A mí?
__ No, a tu hermano gemelo.
__ Está bien, mujer, ya voy.
__ Aló, aló.
__ ¿Es Darío? Se escuchó del otro lado.
__ Sí, el mismo que viste y calza. __ responde.
__ Te habla María Celeste; ¿Te puedo ver fuera de la casa donde trabajas?
__ Sí. Pero dime, ¿Cuál es el problema? __ pregunta con cierta curiosidad.
__ No hay problemas, hombre. Es sólo una conversación.
__ Si tú lo dices.
__ Sí hombre, te repito que no es nada malo. ¿A qué hora te puedo ver?
__ No, dime tú la hora.
__ Bien, anota y espero que no te pierdas.
La red de la araña estaba terminada; de ahora en adelante veremos como cada insecto de esta historia cae en ella para sucumbir devorado por el destino y su mala pasada.
* * *
En el hospital, la recuperación del Memo se había complicado debido a la magnitud de sus heridas, los doctores temían lo peor. Lo habían regresado a la sala de cuidados intensivos y la atención era de primera, pero las complicaciones gastrointestinales eran las que tenían al Memo al borde de la muerte.
__ Oye Juan Francisco, ¿qué vamos a determinar con esta situación del Memo? Exclamó.
__ Bueno, esto se está poniendo feo, yo pienso llamar al Licenciado para ver en qué nos mete la mano.
__ ¡Caray!, pienso que sí.
__ Estamos en esto por órdenes suyas, y él tiene que dar la cara.
Cuando el Pepe hablaba, se tocaba la pistola, y miraba a su compañero de una forma que el otro entendió el mensaje.
La llamada no se hizo esperar, y el Licenciado prometió dar dinero para los medicamentos de su secuaz.
__ ¿Qué te dijo el Licenciado?
__ Hay que ir a buscar la ayuda para las medicinas del Memo.
__ ¿Qué piensas hacer al respecto?
__ Voy en seguida; tú y Pedro José deben de cuidar al Memo.
__ Está bien, pero, ¿sabes algo?, creo que hay que hacerle una visita al Muerto.
__ No te preocupes, que la faena va, y la justicia no tendrá mucho trabajo.
__ Está bien.
El maleante salió vertiginosamente en su pasola, y se dirigió al lugar acordado con su jefe para recibir el dinero de la medicina de su rufián.
En otro lugar del mismo sector, el Muerto se recuperaba de la paliza recibida en la casa de Cuasimodo. Pero al mismo tiempo, sostenía una conversación con uno de sus secuaces.
__ Mira, hay que tener los ojos bien abiertos esa gente no se quedará tranquila, además tienen poder.
__ Bueno, aquí todos pensamos igual, Muerto.
__ ¿Qué tú vas a hacer?
__ Por ahora estar mosca, y más adelante jugar mis cartas.
__ Pasa la voz, esta noche todos en sus casas y tranquilos. Nada de salir a la calle, hay dos enemigos sueltos y no podemos darle el chance. Sal, y da la voz a todos.
El ayudante del Muerto salió y corrió la voz por el barrio. Práctica que se realizaba usando jovencitos de menos de doce años porque no eran detectados por los organismos de seguridad del Estado, y mucho menos por sus enemigos dentro del negocio; mucho menos, por los que se habían ganado en las ultimas horas.
La Mulata llegó donde su tía, y la encontró en pleito con su hija por estar andando junto a unos jovencitos, vio que el ambiente no estaba para quedarse y decidió salir otra vez donde su amiga.
También tenía la cita con Darío, en el lugar acordado por ellos.
Rápidamente, tomó unas cuantas cosas y le dijo a su tía en voz baja:
__ No vengo esta noche, me quedo con Thelma y así es mejor para todos.
__ Bueno, mi hija, tú sabes haces, tienes conocimiento de lo malo y de lo bueno. Eres grande, muy grande.
__ Adiós, tía, la bendición.
Salió presurosa, tomando un moto concho que usaba frecuentemente, y la llevó donde ella le indicó.
Ya Thelma estaba enterada de todo, y al mirar desde el piso donde vivía, vio aquel joven que tenía unos minutos esperando frente al edificio. Al cabo de unos minutos, llegó la Mulata, se saludaron muy efusivamente y de una manera agradable.
__ Sorprendido, ¿eh?
__ Bueno, tengo que admitirlo, un poco.
__ Subamos, que mi amiga nos está esperando.
__ ¿Una amiga?
__ Yo pensaba que vivías aquí.
__ No hombre, yo vivo en el barrio, pero es mejor para mí estar en algunas ocasiones por aquí.
__ ¡Ah! __ exclama con cierta admiración
__ Ya llegamos.
__ Sí, eso parece.
Tocaron a la puerta, y la respuesta fue un silbido de parte de Thelma al ver al joven frente a ella. María Celeste le dice:
__ No le hagas caso.
__ Ven, siéntate.
__ Como gusten.
Las jóvenes se comportaban como dos colegialas con Darío. Nada más, por el tipo de hombre que estaban observando en ese instante.
__ ¿Tomas algo? __le pregunta Thelma.
__ Un refresco.
__ Que modesto es el niño.
__ No, lo que pasa es que sólo hago desarreglos los fines de semana.
__ Recuerden que mañana yo trabajo, y a esa gente no le gusta que uno huela a alcohol de ninguna clase.
__ Esta bien, será refresco, dijo.
Thelma resignada por su fracaso de hacer tomar al joven.
__ Mujeres, díganme para qué le soy útil a ustedes. Es que no me gusta llegar tarde a la casa, pues el acceso a la parte asignada a los trabajadores, es muy estricto.
María Celeste lo miro y, exclamó de una forma convincente.
__ ¿Qué haces cuando no tienes que trabajar?
__ ¿Yo?, nada.
__ Pero, puedes salir sin problemas.
__ Sí, la muestra es que estoy aquí.
__ Oye, oye, oye __ dice Thelma y entonces pregunta:
__ ¿Te gustan las mujeres?
__ ¿Qué si me gustan las qué?
__ Las mujeres, tonto.
__ ¡Claro! Como a todos los que nos consideramos hombres.
__ Y nosotras dos, ¿te gustamos?
__ Miren, si es lo que estoy pensando, mejor dejémoslo ahí.
Thelma, que era más libidinosa que María Celeste, lo mira y agranda los ojos y va a abrir la boca; pero se callan al escuchar lo que el joven le dice.
__ Miren, por sexo, yo no me preocupo. Ya tengo demasiados problemas en mi vida.
__ Pero cualquier día de estos, toco la puerta y espero que no se manden.
Se paró, le entregó el vaso a la Mulata, y le dijo:
__ Esto me lo pudiste decir por teléfono.
__ Sí, es cierto, pero quería que conocieras el lugar, a mi amiga y a mí.
__ Está bien, quedo con ansias de que esa puerta se abra el sábado por la noche, y se cierre cuando ya las fuerzas nos abandonen. Pero, y si regreso mañana y les cumplo su sueño.
A unísono, las dos jóvenes exclamaron: ¡Hecho!
Darío salió del lugar moviendo la cabeza, a la vez que sonreía por la idea que estas muchachas tenían de quemar con ansiedad, demasiado rápido, una etapa de la vida que no regresaría nunca más.
Al llegar a la casa por la puerta de servicio, le esperaba la señora de la cocina y le dice.
__ Estás loco, salir sin decir nada.
__ Esa mujer está como el diablo __ se refiere a Sol
__ ¿Qué dices?
__ Lo que escuchaste. Te quiere ver, inmediatamente.
__ Sí, esta bien, pero ¿me guardaste cena?
__ Claro __ tú eres mi debilidad, amigo.
El joven cenó y después se dirigió a la terraza donde estaba la señora fumando un cigarrillo, al verlo arqueó una ceja y dice.
__ Cuando se trabaja para mí, es a tiempo completo. ¿Dónde estaba?
__ Por ahí.
__ ¿Qué dices mamarracho?
__ Que estaba por ahí, en el cine. Creo que con eso no ofendo a nadie. Salí al terminar mi horario de trabajo.
__ Recuerda que te dije que yo tenía que tener todo control sobre tus movimientos. ¿Lo recuerdas? __ enfatiza con autoridad.
__ Claro. __ responde el joven un poco temeroso. __ Pero, creía que era en mi horario de trabajo, por si necesita la señora algo de mí.
__ Qué cuernos y tonterías son esas. Sabes muy bien que soy tu dueña en todo. Que te quede bien claro.
__ Como usted mande __ le dice sumiso.
__ Retírate, mañana tenemos que hablar, y tú sabes como.
El comportamiento de Darío había dejado pensativa a las dos mujeres, quienes en ese momento analizaban la reacción del jardinero del Licenciado. María Celeste, que era mucho más ágil y sagaz en sus pensamientos, dice:
__ ¿Sabes Thelma?
__ ¿Qué tienes en mente mujer?
__ Creo saber el secreto de Darío.
__ ¿Sí? __ arguye con los ojos bien abiertos.
__ Aja __ de nuevo confirma María.
__ ¿Me puedes descifrar el misterio de nuestro amigo?
__ Pienso, por su actitud, que se está tirando a la mujer del jefe.
__ ¿Cómo? __ toda una expresión de sorpresa sale de los labios de Thelma.
__ Como lo escuchas, mi vida. Pero, vamos a fastidiarle el pollo a esa bruja, eso te lo juro.
Chocando las palmas de las manos, y con una sonrisa en los labios se sentaron a tomarse sendos vasos de vino dulce para celebrar el plan y el triunfo de ambas.



Capitulo XI
Una bala más

Cuando Juan Francisco llegó al lugar de la cita, lo esperaba una persona y con el santo y seña se saludaron.
__ ¿Y el Licenciado?--pregunta con extrañeza.
__ No pudo venir.
__ ¿Mandó el encargo?
__ Sí, toma __ y el individuo entrega el sobre. Espera que con eso puedan resolver lo de tu amigo.
__ Sí __ no lo dudes.
__ Mira, por un tiempo prudente, no busques al Licenciado. ¿Entendiste el mensaje?
__ Sí, lo entendí. Entonces ¡adiós! __ termina la conversación, Juan.
El fulano se marchó rápido del lugar, y Juan Francisco se quedó pensativo con el sobre a medio meter en el bolsillo de su pantalón. Encogiéndose de hombros salió hacia el hospital.
Al llegar al hospital, el capo recibió una noticia devastadora, y más para su banda; que con la perdida de uno de sus miembros más audaces, quedaba coja para la acción.
__ ¡Juan Francisco! ¡Juan Francisco!
__ Dime hombre, ¿por qué tanto alboroto?
__ Memo murió hace unos diez minutos.
__ ¿Cómo dices?
__ Lo que escuchaste hombre.
__ ¡Diablos!, Esto no lo esperaba.
__ Está bien, ¿qué hacemos ahora?
__ Vamos a hablar con el encargado de la morgue.
__ Está bien __ y salieron a buscar al médico encargado.
Tanto Pepe como Juan Francisco, fueron a hablar con el encargado de la morgue para el enterramiento de su secuaz. Ya nada se podía hacer, y ellos tenían que seguir viviendo en ese mundo tan convulsionado de dolor y muerte.
Las voces se escuchaban fuera de la oficina, y no era más que Cuasimodo y su subalterno Pérez Cuevas.
__ Se lo dije, jefe; ese Licenciado es el centro de todo esto.
__ Coño, ¿qué dices con esa tontería?
__ Solo mire estas fotos, jefe. Es el cabecilla de la banda del tal Juan Francisco, y el tipo que salió herido en la balacera de la otra noche. Además, es el que trafica con el polvo en la otra zona del río.
__ ¿Estás seguro de lo que me estás diciendo?
__ Sólo he cumplido la orden suya, de seguirlos y no dejarlos respirar. ¿Cómo lo ve?
__ Está bien, te ganaste la paga del mes. Sal, y déjame hacer unas cuantas llamadas. No te alejes de por aquí __ le ordena Cuasimodo.
__ Como ordene, mi Comandante.
Y cuadrándose militarmente, dio media vuelta y salió del lugar. La noche ya había coloreado de negro el rojo carmesí de la tarde.
Las luciérnagas y los grillos anunciaban con su vuelo y cantar que Morfeo era el dueño de la misma. Muchas historias se tejerían, y otras concluirían en las horas que seguirían a ese atardecer. Como todos tejemos nuestros propios destinos, el de muchos tocaría a su final en los segundos que le restaban a esta noche negra, como ella misma.
En la guarida de los capos:
__ Pepe, ¿llamaste a Pedro José? Que traiga todo el arsenal y a su primo.
__ Como digas.
__ Nos vemos en el callejón de la flaca.
__ Está bien.
La muerte del Memo corrió por el barrio como reguero de pólvora. Todo el mundo estaba enterado y muchas casas se cerraron temprano. Todos presentían lo que pasaría esa misma noche.
__ Aló, aló, aló.
__ ¡Usted es sordo o que cojollo!
__ No, mi Comandante.
Se escuchó al otro lado del auricular:
__ Ordene y mande, señor.
__ Póngame al teléfono al Coronel.
__ Enseguida, Señor.
__ En unos segundos, del otro lado sé, escuchó una voz parsimoniosa que decía.
__ Espero, Mayor, que sacarme de lo que hacía, tiene que valer la pena. — le dice el Coronel lacónicamente. ¿No es así?
__ Délo por un hecho, mi Comandante.
__ A ver Cuasimodo, qué tenemos del asunto en cuestión.
__ Ya tengo toda la tela de araña del asunto de los tiros y el tráfico de la pendejada esa.
__ ¿Estás seguro de eso?
__ Sí, mi Comandante.
__ ¿Qué necesitas para resolver el problema?
__ Por ahora, nada __ contestó raudo. Ya mañana, le estoy enviando el informe completo, y les advierto de que hay pejes gordos en todo esto.
__ Ya veo __ dijo el Coronel. Bueno, no dejes cabos sueltos en todo este asunto y utiliza toda tú experiencia y la mejor estrategia.
__ Délo por hecho, mi Comandante.
Al colgar el teléfono, se quedó pensativo, y pasándose la mano por el mentón se puso a cavilar sobre lo que pasaría si los maleantes se mataban entre ellos. Que era una de las posibilidades. No quería arriesgar la vida de sus hombres contra desalmados que no tenían nada que perder. Los cuatro convocados estaban en el lugar de la cita. Con el celular miraron la hora, y después de una pequeña charla todos salieron por los callejones. La orden era buscar al Muerto y terminar con sus días.
Por lo menos Memo se lo merecía, según ellos.
Como siempre el manto de la noche era ayudado por el apagón correspondiente en toda el área.
Usando la misma estrategia del Muerto, y a esa hora de la noche; preguntaban a los mozalbetes que correteaban por las calles sobre el paradero del traficante. A eso de las nueve treinta, uno montado en una moto le dice que el Muerto dio orden de recluirse en sus casas; por lo que ese día no sería posible localizarlo.
__ Mira, pienso que tiene más vida que un gato.
__ No; dijo Juan Francisco. No hemos buscado donde hay que buscar.
__ ¿Cómo Dices?
__ Sólo síganme, yo sé donde está el pendejo.
Caminaron por varias calles, y se pararon frente a un solar que aparentaba estar vacío. Pero en el fondo había una casita casi medio destruida, precisamente en ella, como lo decía su nombre, estaba el Muerto.
A una señal de Juan Francisco, todos enfilaron sus armas y al unísono, una lluvia de balas salió vertiginosamente, en busca del Muerto que no esperaba la visita de sus amigos.
Un vaso de agua servido en la oscuridad, y con las precauciones de lugar, nunca llegó a su destino. Un infierno se desató por todo lo grande. Parecía una batalla de las mejores de la gran guerra.
Al cabo de unos minutos, se escuchó un silencio sepulcral. La noche con su oscuridad fue cómplice de lo ocurrido, a una señal, el Pepe junto al primo de Pedro José, peinaron la casucha y vieron al Muerto en el suelo peor que un colador por las perforaciones de los impactos de bala.
__ Pendejo, ahora acabas de pagar lo que hiciste __dijo el Pepe.
Raudos, se fueron cubiertos por las tinieblas de la oscuridad, cómplices junto a la compañía eléctrica, de lo ocurrido en el lugar.
Al cabo de unos minutos, se presentó el grupo de Cuasimodo en la zona, comenzando las investigaciones correspondientes; y como de costumbre, su informe estaba basado en un mismo denominador; “Enfrentamiento de pandillas”.
__ ¡Comandante Cuasimodo! __ llamó un sargento exaltado y sudoroso.
Abriendo la puerta de su habitación, respondió.
__ Espero que tengas algo bueno para fastidiarme a esta hora.
__ Se dio lo que temíamos, mi Comandante.
__ ¿Qué cojollo dices?
__ Parece que hubo un ajuste de cuentas entre el Muerto y otra pandilla.
__ ¿Cuántos muertos hay?
__ Hasta ahora solo uno, mi Comandante __ responde con rapidez.
__ ¿Conocido de nosotros?
__ Me temo que sí, Señor, es el Muerto.
__ ¿El flaco que se hacía pasar por guapo?
__ El mismo.
__ ¿Quién lo despachó?
__ No sabemos todavía nada, estamos en la parte preliminar de las investigaciones, señor.
__Está bien, ya veremos mañana lo que podemos hacer. Por otra parte, averiguaste si el Licenciado tiene alguna relación con lo sucedido.
__ Todavía no, pero estamos en eso.
__ OK, vete y hablamos luego.
__ A la orden, mi Comandante.
Dando media vuelta, salió para dar unas cuantas instrucciones y averiguar, como pájaro nocturno, si la gente de Juan Francisco era responsable de lo ocurrido. Por otro lado, cuando suceden hechos de esta naturaleza, los organismos de seguridad ciudadana tiraban la red y atrapaban a todo el mundo, menos a los facinerosos.
El día afloraba y, como paradoja del destino, dos vidas se habían quedado en la oscuridad de la pasada noche. Cada una de ellas entrelazadas por las líneas del destino que no repara para nada en jugar sus macabras cartas. Ya no tendremos entre nosotros al Memo ni al Muerto; fallecidos casi en circunstancias similares, pero en lugares muy distintos.
__ Aló, aló, aló.
__ No, no se escucha bien.
__ Trata de nuevo y dime lo que quieras.
Suena, nuevamente, el teléfono celular del Licenciado, y la voz del otro lado le dice en susurro.
__ Tenemos que vernos inmediatamente, es urgente.
__ ¿Qué carajo pasa?
__ Por esta vía no es segura la conversación. Escuche bien y fije en su mente el punto.
Con unas notas que sólo los conocidos podían interpretar, se pactó la cita. Nervioso, el Licenciado, sólo tomo un café con leche y tomando su maletín salió de la casa acompañado de su chofer.
Después de unos minutos, le indica al chofer que se quedaría en un punto específico del centro de la ciudad.
Al llegar, ya había un comensal sentado esperando.
__ Tardó usted demasiado. ¿No sabe que para ambos no es seguro estar mucho tiempo, juntos?
__ Sólo tomo mis precauciones.
__ Su hombre, Juan Francisco, lo jodió todo.
__ ¿De qué usted me habla?
__ De lo que escuchó, Licenciado. Esto no es una de las asambleas de su partido donde usted arregla las cosas. Esto es un juego más pesado, y su grupo lo fastidió todo.
__ Mire amigo, yo lo respeto pero si no habla claro no puedo darle repuestas a sus preguntas.
__ ¿Cómo lo fastidió Juan Francisco?, De la siguiente manera, anoche se tiró al jefe de la pandilla que hirió al Memo.
__ Bueno, pero usted sabía que eso venía de cualquier manera: pienso que hay que tomar el sector por completo.
___ Sí, pero ¿a costa del sacrificio de usted?
__ Hable claro.
__ Los organismos de seguridad tienen un perfil suyo, y piensan que es el jefe de todo lo que pasa aquí en la zona.
__ ¡Coño! __ maldice y pregunta __ ¿Cómo llegaron a eso?
__ ¿Piensas que son brutos? No son solo militares, no. Es sólo paciencia y buenos investigadores los que ahora tienen esos pendejos. Algún día llegan a conclusiones.
__ Sólo eso.
__ Hay órdenes para usted.
__ ¿Qué carajo hay ahora?
__ Tiene que tomar unas largas vacaciones. Tenga esto.
Le entrego un sobre Manila con muchos papeles y notas.
Agregó algo más:
__ Sale esta noche. No sé por donde, pero hágalo.
Moviendo la cabeza dio a entender que haría lo ordenado. Se había metido en un callejón sin salida por codicia y poder; ahora tenía cuanto ambicionaba, sobretodo poder; pero también debía pagar el precio de la ambición.
Tomó su teléfono móvil y dijo:
__ Aló, sí; ¿qué haces en este momento?
__ Nada, mi amor, apenas son las primeras horas de la mañana y no tengo planes __ le contesta la esposa.
__ Levanta las nalgas de la cama y prepara un equipaje ligero, para unos días.
__ ¿Cómo dices?
__ Ya oíste lo que te dije, y espero que estés preparada para dentro de una hora.
__Pero, ¿y eso? ¿Qué está pasando?
Del otro lado sólo escuchó el sonido de un cierre de teléfono.
Llegó a la oficina, y llamó a María Celeste, que aquel día se había vestido como una diosa; pero él no estaba para mirar pendejadas de ese tipo, y mucho menos en las actuales circunstancias. Le dijo:
__ María Celeste, usted estará al frente de la oficina por unos días; tengo que salir a realizar unas cuantas diligencias al exterior. __ Son cosas que se han presentado de último momento, y no puedo posponerlas. Hágame el favor de llamar al personal.
__ Muy bien, Licenciado.
Cuando todos estaban reunidos, les dijo:
__ A partir de este momento, María Celeste estará al frente de las operaciones de esta oficina; ella se quedará en mi despacho y todos le responderán como si fuese a mí. Esto es para que esta oficina siga trabajando en mi ausencia como si yo estuviera aquí. Los servicios de ayuda a la gente del partido se mantienen sin ningún cambio, al igual que la entrega de las canastillas a las parturientas. Tengo que salir al extranjero para realizarme un chequeo médico, y no sé cuánto tiempo pueda prolongarse esto. Así que no tengo un tiempo, aproximado, de regreso. Espero que todo marche bien. Gracias por su comprensión __ termina diciendo.
Todos salieron haciendo los más diversos comentarios sobre la dolencia que podría aquejar al Licenciado pero eso era de esperarse.
Al ver moverse a María Celeste, le dice:
__ Espera un momento.
__ Dígame usted.
__ Deseo que sólo tú me llames a este número. Sólo en caso de una emergencia, como por ejemplo; un terremoto. ¿Me entendiste?
__ Claro, jefe.
__ Bien. Recuerda, nadie sabe dónde voy __ le dice con una mirada de respeto. Ni tú... ¿OK?
Con un movimiento de cabeza asintió la orden.
Al quedar solo abrió la caja fuerte, y tomo una suma considerable de dólares, lo metió en su maletín junto con los pasaportes de él y su mujer.
Salió por la puerta trasera, sin decirle a nadie nada más.
Al llegar a su casa, se encontró con que la señora no había hecho nada, con sumo cuidado la tomó por el pelo y le dice:
__ Mira cretina, si te quedas, tu vida no vale ni cinco centavos. Toma lo que sea, ponlo en una maleta y camina.
Ella al ver la actitud del marido se asustó, y más rápida que un lince preparo todo.
__ ¡Darío, Darío, Darío!
__ A la orden patrón.
__ Estaré fuera unos días. Aseen esto bien y manténganlo limpio. El chofer estará a sus órdenes para lo que sea. ¿Entendiste?
__ Sí, señor.
__ Una cosa más. Nadie que llame aquí debe saber donde estoy.
__ Sólo estoy de vacaciones.
__ Como usted ordene.
__ Bien. Recuerda, esa orden es para todo el mundo.
__ Muy bien, Señor.
En ese preciso momento llegaba la señora.
__ Ya estoy lista.
__ Bien. He dado las instrucciones de lugar para el mantenimiento de la casa.
__ Pero yo quería decirle algunas instrucciones a Darío sobre el cuidado de mis matas, y a Dulce para que aproveche y realice algunas tareas, mientras estamos fuera. ¿Me dejas cielo?
__ Está bien, pero date prisa que no puedo perder más tiempo.
__ Dulce, aprovecha para limpiar los objetos de plata y realiza una buena limpieza en las áreas más transitadas de la casa. Por favor, no toquen nada de la casa, yo le llamaré a diario para ver como marchan las cosas por aquí.
__ Darío, venga, por favor __ le llama a un lugar apartado. Mira, cretino, si me huelo que te acuestas con otra, te mato. __ Y con una sonrisa en los labios y movimientos como si diera órdenes sobre cosas a realizar le leía al joven su panegírico. Regresó al lado del Licenciado, y le dice:
__ Ya todo está arreglado, nos podemos ir.
Éste, con un movimiento de cabeza que denotaba enojo, se montó junto a ella en la parte trasera del carro y partieron con rumbo desconocido.
Las cosas habían cambiado, sustancialmente, para María Celeste; de una chula escolar de quinientos pesos la jugada, dio un vuelo de secretaria y jefa de una oficina. Todos sabemos que estas promociones fueron a base de sus encantos corporales y bien empleados; ahora surgía como algo circunstancial que era jefa absoluta de aquello; oportunidad que ella esperaba sacarle el máximo beneficio.
Tomó el teléfono y marcó unos números y en la otra línea se escuchó lo siguiente.
__ Mulata, tiene que ser algo grande para que me llames a esta hora.
__ ¿Thelma en dónde estás parada?
__ ¿Cómo que dónde estoy parada? Estoy en mi cama acostada, haciendo ilusiones con la mano.
__ Deja eso mujer y escucha bien. El jefe se fue de vacaciones y me dejó de encargada de la oficina.
__ ¿Cómo lo vez? __ le pregunta a la amiga.
__ Repíteme eso mujer. ¡Cojollo!
__ Lo que escuchaste por esos oídos grandotes que tienes.
__ ¡Diablos! y qué vamos a hacer.
__ Aguanta el chucho, que es al paso, ya te contaré cuando llegue.
__ Oye, ¿puedes llamar al pimpollo aquel para asarlo a la barbacoa?
__ Eso está entre los planes; pero a su tiempo. Lo llamaré para ver si nos juntamos esta noche.
__ Nos vemos en la tarde.
En las oficinas de investigaciones, ya tenían la idea de lo ocurrido al Muerto, pero no podían probar nada a los facinerosos por estar encubierto por el manto de la oscuridad; y nadie quería colaborar con los agentes investigativos por temor a las represalias que tomarán los desalmados del barrio.
__ Sargento Pérez Cuevas; llamó Cuasimodo.
__ A la orden, mi Comandante.
__ ¿Qué hay de nuevo en todo esto?
__ Jefe, en el lugar encontramos tres kilos de una sustancia, pensamos que es cocaína. Está para análisis.
__ ¿Sólo eso?
__ Claro que no, jefe __ le contesta en actitud de guardia.
__ Desembucha entonces __ ordena el Comandante.
__ En el lugar había dinero en efectivo y una balanza. __ También dice
__ Todos los detalles están en el informe que está en su escritorio.
__ Escucha bien lo que te digo. __Tienes, que rehacer el informe, hay un error.
__ ¿Cómo dice mi Comandante?
__ Lo que escuchaste. Saca lo que está subrayado, y ponle lo que se especifica más adelante. ¿Comprendiste ahora?
__ Sí, mi Comandante.
__ Así espero que suceda con todos los detalles para bien de tu alma.
Dando media vuelta, marchó a corregir el informe de inteligencia.
Cuasimodo tomó el teléfono y conversó, por espacio de unos minutos con alguien, y más luego dijo a su interlocutor.
__ Dalo por un hecho, así se hará constar.
Ya nada quedaba por enlazar en los cabos de las vidas de estos mortales, las líneas de estas personas, con excepción de María Celeste y Cuasimodo, que no habían tenido tiempo de juntar sus circunstancias vivénciales en el discurrir por sus vidas; empero, los demás, ya habían completado el círculo del eje trazado por el destino.
Habían transcurrido las primeras horas de la mañana. Había que dar premura a rehacer ciertos entuertos y errores en sus actuaciones, y por eso, el Pepe llamó temprano a Juan Francisco y le pidió que tuvieran una reunión para definir el entierro del Memo.
__ Aló, dime cómo esta la cosa por ahí.
__ Todo esta en calma __ le contestó Juan Francisco.
__ Por aquí lo mismo. Aparentemente nadie nos vio.
__ Eso parece.
__ Dime, ¿qué hacemos con el Memo?
__ No te Preocupes por eso, ya dispuse de su entierro con el encargado de la morgue.
__ ¿Vamos a ir?
__ Pienso que no es prudente.
__ No importa, yo iré y va Pedro José. -Creo, Juan Francisco, que no debemos ser mezquino con el Memo.
__ Esta bien, iremos __ contestó convencido.
__ Así está mejor.
__ Después de esto, necesito dinero.
__ ¿Tienes parte de lo que te dio el Licenciado?
__ Sí.
__ ¿Qué piensas hacer?
__ Tomar unas buenas vacaciones por el campo.
__ Eso está bien.
__ Te llamo más tarde.
__ Adiós __ y se despidieron dando ambos media vuelta.
En los planes de Pepe, estaba largarse del barrio por un buen tiempo.
La época de la política estaba caliente; el grupo no estaba funcionando. Ya habían perdido a uno de sus miembros más valioso, y eso no era bueno para una pandilla que, como la de Juan Francisco, quería hacer fortuna a base de pillajes y fechorías.
Total, a la hora del entierro nadie acudió al mismo, no era que faltasen invitados, era la guardia de Cuasimodo en persona que había alejado a los que no eran dolientes directamente vinculados con el difunto.
El campo santo era un lugar hermoso, con grandes palmeras y calles, aunque no eran asfaltadas; estaban cubiertas por una arenisca fina que levantaba un polvillo cuando el viento mañanero soplaba acariciando las húmedas baldosas de aquel lúgubre lugar.
A la entrada de la ambulancia, sólo unos mozalbetes lustradores de zapatos se dieron cita al pie del hueco hecho por unas manos callosas y espaldas sudorosas, ocasionadas por el cansancio del tiempo y el duro trabajo.
Era el peso del destino y el tiempo que dejaban sus marcas eternas para recuerdo de quienes osaban reír sin pensar en la fila del hueco húmedo en la tierra.
Bueno, de todas maneras, el entierro era la de un pandillero de poca monta para unos; pero de amargos recuerdos para otros por su forma tan cruel de ver la vida. Al depositarlo, cumplieron con el ritual: todos sin saber por qué tiraron un puñado de tierra. Los mozalbetes reían y hacían chiste sobre la vida del desconocido para ellos, uno de los morenos con más arrugas que la estela de una ola, les llamó la atención.
__ ¿No tienen respeto por los muertos? Ves lo que te digo Juanco, en estos tiempos ya nadie respeta a los muertos.
__ Que cosa las tuyas __ respondió éste. __ Deja a esos muchachos tranquilos no hacen nada malo.
Y encogiéndose de hombros, se dieron a la faena de tapar el hoyo.
Con una tosca cruz de cemento y una inscripción que sólo reflejaba la soledad del lugar quedo sellada la tumba del Memo. Cuando se aproximaba el momento de terminar, empezó una ligera llovizna como presagio de las lágrimas que, en su momento, nadie derramó por el Memo. Todo había concluido. En la puerta sólo se escuchó una maldición de Cuasimodo al no poder coger algún peje gordo en el cementerio.
__ ¿Qué hacemos, jefe, ahora?
Cuasimodo miró a su subalterno, y con sus pensamientos tan sombríos como su misma existencia, quería exprimirle el cerebro al animal que tenía como Sargento. Sólo movió la cabeza de izquierda a derecha.
__ Arranca el jeep y déjate de pensar. Si el Estado los dejara pensar a todos ustedes, habría que crear otra especie humana, y, otro mundo para tan especiales animales __ dijo Cuasimodo, de muy mal humor con su subalterno.
En la radio sonaba una canción popular de esos ritmos nuevos que no encajaban en la mentalidad de Cuasimodo y que, sin proponérselo el sargento, había puesto al encender la radio. Al llegar al recinto y apearse, le dijo al oficial del día:
__ Ponga a este animal en la jaula para que escuche bachata con los ratones.
El oficial del día le pregunta: ¿Comandante, repítame la orden, por favor? Y esto fue lo que escucharon los presentes.
__ Y usted, por no escuchar una orden clara y precisa, tiene cincos días de arresto.
Subió las escaleras de la segunda planta como un rayo, y no apareció hasta muy adentrada la tarde; para respiro de sus subalternos.












Capítulo XII
Ha llegado el fin


Ha pasado un buen tiempo desde nuestro encuentro con Cuasimodo, el entierro y las órdenes dadas al llegar a la fortaleza, pero las cosas del tiempo sólo la cura el tiempo. Los pandilleros se alejaron de la zona, y otros llenaron sus puestos. En la vida de los protagonistas de esta historia pasaron muchas anécdotas que intentaré resumir en un breve trozo de narración.
En la fortaleza sonó una llamada que hacía mucho que no se escuchaba, todo el mundo puso cara de asombro. Por la puerta entraba un General con cara de no muy buenos amigos. El centinela no llamó atención apropiadamente, y le cantaron (20) veinte días. El Oficial de guardia estaba dormitando, y lo pusieron de habitación por una semana y trasladado a una ciudad del norte. Todo el mundo trató de esconder el bulto, pero el General junto con el jefe de la compañía, formó a todo el mundo y le arengó de mala manera.
A Cuasimodo, que estaba fuera del recinto, le avisaron y llegó como alma que lleva el diablo. Cuando se presentó olía a alcohol, estaba sin uniforme y con colorete en la camisa.
__ Escúchame __ dijo el General. Te mandaré para la frontera a un servicio. En las instrucciones dadas, dije muy bien que esta fortaleza debía de estar impecable y parece una pocilga. Ve pensando en recoger tus motetes, y te presentas en cinco días a tu nuevo recinto. ¿Cómo es posible que un Oficial Superior ande en esas fachas? ¡Carajo! Deshonra a la institución.
Los soldados no dijeron nada. Pero por las caras que tenían, le daban gracias a Dios por salir de Cuasimodo. Les tenía cargados a todos, y nadie se había escapado de sus brutales castigos.
En su cerebro sólo había una idea, y era que ese General, algún día le pediría un favor; y él se la vengaría en su momento.
Miró a la tropa, y no dijo nada; pero como tenía cinco días para salir y presentarse, además el Superior se iría en una hora, los cretinos se las pagarían.
La vida de los demás convidados fue sencilla y simple. María Celeste, al quedar al frente de la oficina del Licenciado, llenó su cometido.
Sacó una cuenta personal y depositaba, semanalmente, “sus ahorros” como ella le llamaba a los dividendos sucios del Licenciado. Vivía junto a Juan Francisco, que la mantenía de caricias, pero no trabajaba, ya que resguardaba los intereses del Licenciado.
Tanto él como ella, se dieron la gran vida. Esa que todo el mundo sueña con el dinero. Nunca se olvidaban de Thelma, que en más de una ocasión era parte de las fiestas y bacanales que realizaban.
Todo esto duró hasta una noche, que al salir ambos de la oficina fueron encañonados por tres individuos con cara de no buenos amigos y lo conminaron a reabrir el local. Tenían acento de extranjeros, pero quien en esas circunstancias preguntaría ¿de dónde son ustedes?
__ Bueno, pichones, dijeron; necesitamos conversar con ustedes, así que entremos sin armar escándalo alguno; sino ya saben.
__ Pero, esperen, muchachos, ¿Y quién carajo son ustedes? Preguntaba Juan Francisco, preocupado por la situación de ese momento.
No te preocupes, Pimpollo. Ya lo sabrás a su tiempo, __ dijo uno de ellos.
En medio de la sala de recibimiento empezaba a realizarse una dantesca escena que pondría los pelos de punta al más guapo de los mortales.
En un sofá estaba Juan Francisco, sin camisa y con la espalda hecha un solo agujero. Por la tortura a la que fue sometido. Era obra de un dibujante de mal gusto. Le habían arrancado los dientes con una pinza. En la mano izquierda le faltaban dos dedos cortados en la raíz con una tijera. Sus plegarias de perdón jamás fueron escuchadas. Los emisarios lo miran fijamente, prosiguiendo en su trabajo. En la espalda al preguntarle por una dirección le hicieron heridas muy profundas. La sangre cubría una parte de la salita. Había muerto por la perdida masiva de sangre.
María Celeste había presenciado todo este macabro acto sin poder decir nada, ya que fue amordazada para que no armara escándalos; ni entorpeciera con el trabajo de aquellos hombres, que sabían lo que hacían y lo que preguntaban. Por sus mejillas corrían unas lágrimas de miedo y dolor.
En el piso y con la cara tan blanca como una vela estaba María Celeste. Sin ropa y amarrada de las manos y las piernas. La habían colocado en forma de un embudo, con las piernas abiertas hasta más no poder. Los brazos extendidos hacia atrás. Amarrados del picaporte de una de las puertas del interior de la oficina. Ella, por dirigir las actividades de la misma, recibió el mayor castigo. Los tres tipos deseaban saber el paradero del Licenciado. Ella no sabía nada; pero, para ellos, eso no era creíble ni lo entendían.
__ Mira, muchacha, lo que hay a tu lado. Este patán ya no sirve para hacerte las giripollas que hacían cada noche. Dinos lo que deseamos y no te pasará nada.
Ella, que ya había intuido su suerte trató de hacer el cambalache de su vida. Les ofreció darle la mejor noche de placer y la información que deseaban, aunque fuese mentira, con tal de salir de esa.
__ Miren, no sé mucho del Licenciado. No tengo conocimiento de lo que hace. Fui contratada no hace mucho. Sé que ustedes lo saben. El sólo llama y dice que le pongan a una cuenta lo recaudado. ¡Por favor, no se nada más! __ entre sollozos, unas lágrimas comenzaban a bajar por sus mejillas y en su semblante empezaba a marcarse su futuro que no era el mejor.
__ Bien, pimpollo, si no sabes nada; dime cómo es el sistema de recaudación.
__ Yo sólo recibo unas facturas. No hago nada más. Ya ustedes se cargaron a éste __ le dice con voz temblorosa. Él lo sabía todo, que va a saber una secretaria como yo. Decía con grandes lágrimas en su cara.
__ Ok. El muertito era el que sabía todo. Es lo que tú dices.
__ Sí, se lo he dicho ya, no sé cuantas veces más lo tendré que repetir.
__ Aja. Si tú lo dices __ dijo uno de los individuos con voz macabra.
Sin esperarlo, y con una velocidad endiablada, recibió una bofetada. Su cara se movió de un lado a otro.
__ Mira, dejémonos de cuentos.
__ Espera, espera __ dijo uno de los malditos.
__ No vinimos aquí a charlar. Vinimos a realizar un trabajo y eso es lo que haré.
La miró fijamente y le dijo:
__ Lo siento preciosa, pero tienes que irte de viaje y eterno, creo yo.
__ ¡Esperen, esperen! __ dijo ella a gritos. Sabía que no le quedaban esperanzas. Sus minutos se reducían como el rayo en la noche negra y seca.
__ Miren tengo algunos ahorros, se los puedo dar. ¡Por favor, no me maten!
__ OK, ¿Dónde están?
__ ¡En el banco!
__ ¡Mañana, mañana lo sacamos y todo el mundo contento! __ dice uno de los matones.
__ Por favor, muchachos, no me maten, no me maten. Ustedes dejaron ir a éste antes de sacarles la información que deseaban. Yo ya le dije todo lo que sé. ¡Por favor! ---Que hago yo con mentirles a ustedes. ¡Sólo soy una secretaria! ¡Por favor!
La joven desfallecía, su cuerpo comenzó a presentir lo que le esperaba. Las lágrimas recorrían su cara como río crecido. Sin esperanzas, calló y cerro los ojos ya no podía decir más, ni suplicar por su vida.
Una carcajada sonora se escuchó en toda la habitación. Ya nada más se dijo; como a una, los tres le dispararon y la dejaron como un colador. Uno de los malditos, para asegurar el trabajo le disparó en la cabeza. Todo el piso se cubrió de sangre rápidamente.
Como llegaron, se fueron, silenciosos. Nadie vio nada ni escucho nada. La vida del sector seguía su agitado curso. A los cuatro días, por un mal olor que salía del edificio donde estaba la oficina, llamaron a la policía, y descubrieron la macabra escena.

* * *

El Licenciado, al leer lo que sucedió, no regresó de su viaje. Por siempre se quedó en la ciudad de: ...no, mejor dejemos así ese lugar.
Es para no poner en apuros a otros seres humanos que tendrán un final normal en la vida. La pandilla no se reunió más, y algunos de sus miembros están encarcelados, pero no por los hechos narrados aquí, no, por otras cosillas menores. Es que no entendemos que la vida de pandillero no deja dividendos en la sociedad.
Esperen, no nos olvidemos de Darío. El joven apuesto que le hacía de acompañante a la esposa del Licenciado. A éste, después de un tiempo lo vieron cargando su maleta, y se fue de la casa. Tal vez intuyó lo que vendría en una familia como esa. No volvimos a verlo más.
A Cuasimodo le dieron cinco días para reportarse, pero tenía que esperar su relevo. El mismo vendría en tres días, y para él, este tiempo era suficiente para que aquellos malditos le pagaran la afrenta que paso frente al general.
__ Pérez Cuevas.
__ A la orden señor.
__ Forme a la tropa y que vengan con traje de faena. Quiero ver a oficiales y clase. ¿Me entendiste?
__ Sí, mi Comandante __ pero hay un problemita, jefe.
__ ¿Que carajo de problemas hay?
__ Algunos oficiales están fuera, no tienen servicios __ dijo con cierta preocupación en su semblante.
__ Pues llama a todo el mundo, y los quiero aquí a todos.
__ A todo esto, el asistente sabía lo que pasaría si no estaban todos presentes. Raudo, corrió y llamó a todo el personal. Pero sólo asistieron los que no tenían cumplidos los veinte años. Por temor a una sanción, que podría aparecer en su hoja de servicio; a todos los que se presentaron les saco el alma. Pero, como el de arriba les cobra a los mortales sus cuentas aquí, se las cobró a Cuasimodo esa noche.
Sí, así como lo leen. El gran Padre le jugo su ficha a este hombre. Después de cenar y tomarse unas copas, decidió acostarse con una de sus mujeres preferidas en el tugurio que era asiduo parroquiano. Pero, en su obsesión por no irse del lugar, cuando ya era hora de cerrar, insultó a un cliente.
Este sin pensarlo y al ver en el estado en que se encontraba Cuasimodo esa noche, sólo le atarrajo un disparo en medio de la panza.



* * *
Pasan unos segundos que a Cuasimodo le parecen horas, estando en el suelo no comprendía lo que le pasaba.
Él era el Comandante, y todo el mundo le obedecía. Pero en ese instante cuando pretendía dar las ordenes a su cuerpo. Las piernas no le respondían y el habla no le salía, todo estaba quieto. Nada de su cuerpo le respondía a las órdenes que el le daba. Era como si un gran silencio le rodeara. Quiso mover un dedo y no pudo; gesticular algunas palabras, tampoco salió de su boca un sonido.
No alcanzó a comprender que se estaba muriendo.
Un grillo comenzada una tonada de esas que resuenan eternas cuando la oscuridad cubría el lugar.
FIN