
Transcurría el día sin novedad, pero una que otra vez por su sendero pasaba un tardío cartero con algunas cartas retrasadas por las circunstancias de la vida.
Se para frente a el y le dice:
-¿Amigo, espera correspondencia?
-No que yo sepa viejo sinvergüenza; responde…pero si tienes algo déjala por ahí, donde ya sabes.
–No tengo prisa por algo que no esperaba.
Dicho esto siguió ensimismado en sus pensamientos.
Giro la cabeza y vio al viejo cartero con su bulto de cartas cuando se dirigía a poner la correspondencia sobre una desvencijada mesa de pino, ya casi blanca por el tiempo que había visto pasar sobre ella.
Suspiró y prosiguió en sus ideas que revoloteaban en sus mechones blancos. Y se dijo para sus adentro un poco expresivo por la rotura de su felicidad.
-¿Quién me mandaría a mi una carta?
-¿Pero para que se molestaría alguien en eso?
Con esos pensamientos y con su soledad paso una gran parte de la tarde.
Tarde, que con el crepúsculo se había tornado en un lienzo para la inspiración y los amores. De pronto se dio cuenta de ese detalle y se dijo para si; pero en voz alta:
-¡Pero si, puede ser! –Ella me pudo escribir alguna vez.
Y picado por la curiosidad se levanto con sus dolores de años viejos y se dirigió a la vieja mesa, con manos temblorosas y como autómata intento tomar la carta. Se detuvo de repente y le saltaron las dudas; pensó: -¿Que me dirá ella? Se quedo parado por un segundo.
Dio media vuelta y entre asustado y afligido, retira su mano de la carta que estaba sobre la desvencijada mesa por el paso de los años.
Regreso a su silla y siguió meditando en la cuestión de la carta. Dejo que el tiempo pasara y también los días y en la mesa seguía la carta esperando que la abrieran.
Ya no tenía interés por el contenido; para el, otro poeta era dueño de sus versos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario