jueves, 25 de diciembre de 2008

LA CARTA




Transcurría el día sin novedad, pero una que otra vez por su sendero pasaba un tardío cartero con algunas cartas retrasadas por las circunstancias de la vida.
Se para frente a el y le dice:
-¿Amigo, espera correspondencia?
-No que yo sepa viejo sinvergüenza; responde…pero si tienes algo déjala por ahí, donde ya sabes.
–No tengo prisa por algo que no esperaba.
Dicho esto siguió ensimismado en sus pensamientos.
Giro la cabeza y vio al viejo cartero con su bulto de cartas cuando se dirigía a poner la correspondencia sobre una desvencijada mesa de pino, ya casi blanca por el tiempo que había visto pasar sobre ella.
Suspiró y prosiguió en sus ideas que revoloteaban en sus mechones blancos. Y se dijo para sus adentro un poco expresivo por la rotura de su felicidad.
-¿Quién me mandaría a mi una carta?
-¿Pero para que se molestaría alguien en eso?
Con esos pensamientos y con su soledad paso una gran parte de la tarde.
Tarde, que con el crepúsculo se había tornado en un lienzo para la inspiración y los amores. De pronto se dio cuenta de ese detalle y se dijo para si; pero en voz alta:
-¡Pero si, puede ser! –Ella me pudo escribir alguna vez.
Y picado por la curiosidad se levanto con sus dolores de años viejos y se dirigió a la vieja mesa, con manos temblorosas y como autómata intento tomar la carta. Se detuvo de repente y le saltaron las dudas; pensó: -¿Que me dirá ella? Se quedo parado por un segundo.
Dio media vuelta y entre asustado y afligido, retira su mano de la carta que estaba sobre la desvencijada mesa por el paso de los años.
Regreso a su silla y siguió meditando en la cuestión de la carta. Dejo que el tiempo pasara y también los días y en la mesa seguía la carta esperando que la abrieran.
Ya no tenía interés por el contenido; para el, otro poeta era dueño de sus versos.

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